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Vidas Cruzadas

Vidas Cruzadas Abiertas. -Capítulo 2-

Me siento culpable, como si un hubiera cometido un pecado mortal en la Edad Media, condenado por la Inquisición. Como si estuviera vendiendo a Jesús otra vez.

Hoy, perdía la razón y un par de sentimientos por el camino, cuando después de una semana, he vuelto a verte... el primer día, me perdía por todos los pasillos de tu facultad, buscando un poco de tu olor, un pelo rizado flotando en el aire. Luego, a medida que fueron pasando los días me límite a esperarte solo a la puerta de tu clase para volver a marcharme cuando no llegabas.

Conseguí averiguar donde se impartían tus clases después de tres días de deambular por allí, cuando vi tu nombre en una lista de cursos. Luego me has contado que no faltabas a clase, si no que esperabas a que yo me marchaba harto, vigilándome desde una esquina sin que yo te viera, para entrar en clase. Podría haberme sentido hundido por el hecho que no me quisieras ver en una semana, después de lo que nos había sucedido, pero la alegría de volver a verte lo embargo todo. Solo pensé que era un estúpido juego de ratón y gato ha lo que habíamos estado jugando, para al final, estar de nuevo juntos.

Es como una fotografía. El momento en el que he vuelto a verte, se me ha agarrado por dentro mucho más que el primero. El primero, era sorpresa. El segundo, comportaba nerviosismos. Pero ahora, las paredes vestían su tono gris de naranja bañadas por una sintonía de rayos de primera hora de la mañana. Surgiste de detrás de una columna bañada por una cortina brumosa de luz bergamota. Era como una segunda piel que te envolvía, que te hacía parecer etérea. Al principio, pensé que eras una aparición, un malentendido entre mi cerebro y la parte más recóndita de mis entrañas, pero una vez que te escapaste a esa luz cegadora, te descubrí en vaqueros y con una camiseta negra con la leyenda: “He Who Rocks Lives Longest”.

Supe inmediatamente que eras tú. Que se había acabado la espera y que inmediatamente nos marcharíamos para hacer el amor en cualquier lugar y besarnos sin contemplaciones como la primera tarde en mi casa. Estaba tan solo ligeramente equivocado.

Marchabas pisando fuerte, hasta que llegaste a mi altura. Unas pocas palabras salieron de tus labios: “No podemos volver a vernos”. Y sentí como una garra de acero o aluminio me penetraba desde los pies hasta la cabeza y me arrancaba algo situado entre mis riñones y mis intestinos. Igual que habías llegado, entraste en tu clase y yo me quedé paralizado, sin saber que hacer o decir, aunque suponía que aquello era lo que uno debe de esperar cuando no consigue ver a la persona que quieres después de perseguirla toda una semana.

Después de media hora estancado, hundiéndome en un mar de sargazos interior, decidí escribirte una carta y dejarla pegada en el cristal de la puerta de tu aula, con la esperanza de que la vieras o alguien te la diera.

Aquí están las palabras que te escribí:

Podría decirte que te odio,
Pero no puedo, no alcanzo ni a soñarlo.
Las luces se apagaban cuando te besé,
Y los rayos caían sobre el cielo.
Soy el único que puede amarte,
Lo sé...

Y ni siquiera tú puedes evitarlo,
Nadie puede hacerlo.
Tengo miedo de todo lo que te necesito,
Pero volverás...
Soy culpable de ello.

Encuéntrate conmigo esta tarde, en...

Y desde entonces me siento culpable, porque vengo de estar contigo toda la tarde y siento que te estoy empujando a algo que no puedes evitar pero que tampoco quieres cometer.

No querías que estuviéramos en la calle, en un parque o en una cafetería, así que volvimos a mi casa. Y allí, esta vez sin tormenta, hemos hecho el amor otras tres veces hasta que te has marchado solo hace un momento.

Has hablado poco, no me has contado porque no querías y no quieres verme, pero parece, que sea lo que sea que te atormenta, lo hace un poco menos.

Soy culpable, es definitivo. Culpable de desear tus pezones color cereza y tu pelo vestido de trenzas amargas. Imagino que puedo dejar que me condenen, podré superarlo, pero solo si estás, si permaneces, junto a mí.

_____________

Hacía una semana que evitaba ver a Roberto cada día. Me esperaba a las puertas del aula donde tengo las clases y espero a que se marche para entrar. Esa tensión me estaba corroyendo por dentro. Todos los convencionalismos de mi vida, todas las rutinas se habían venido abajo por subirme a ese tren fronterizo que me había sido propuesto.

Al principio tenía la tentación de acercarme a él para volver a besarle, al menos de una manera algo casta e inocente para calmar el instinto que sufría desde el día que me acosté con él, pero la verdad es que acabé desechándolo. Hasta que pasó una semana y ya deje de llorar en la cama, porque el apasionado debate lo acabó ganando mi cabeza y no mi corazón, al menos por unas horas.

Me vestí como una chica dura y decidida, aunque estaba deshecha por dentro. Esa mañana no me iba a parar en la columna de siempre a esperar a que se marchara, le diría secamente que se fuera, que me dejara tranquila.
Y así fue, actúe como si cerebro estuviera desconectada de mi misma, pronunciando palabras que no deseaba y gesticulando de la manera que lo haría una mala actriz de telenovela.

El se marchó, o mejor dicho, me marché yo, porque el se quedó allí paralizado, como si todo hubiera sido una visión. Pero cuando salí de clase, un compañero se acercó y me alargo un sobre que ponía mi nombre. “Al parecer, un chico lo ha pegado ahí para ti”.

Unas pocas líneas en un poema mal escrito derrumbaron toda la herrumbre que se había instalado en mis sentimientos los últimos días. Si hubiera sido un héroe de comic, me habría arrancado la camiseta dejando ver mi piel verde. Durante algunas horas mi estomago se resentía de los nervios y no encontraba mi sitio en ninguna parte. No fui a casa a comer, me quede encerrada uno de los baños de la facultad llorando un par de horas, pensando de nuevo, por la enésima vez en una semana, que debía hacer.

Cuando logré salir de aquel baño, aún indecisa,... me acerqué a un centro comercial cercano, para ponerme un par de cascos y escuchar música y pensar... como solía hacer algún tiempo atrás, un par de años. Busqué entre los diversos reproductores que estaban vacíos para encontrar alguno donde hubiera un disco desconocido. En la sección de clásicos encontré uno que ponía: Smokey Robinson & The Miracles – The Ultimate Collection. Allí encontré una canción que cambió mi vida:

People say I'm the life of the party
Because I tell a joke or two
Although I might be laughing loud and hearty
Deep inside I'm blue
So take a good look at my face
You'll see my smile looks out of place
If you look closer, it's easy to trace
The tracks of my tears..
I need you, need you
Since you left me if you see me with another girl
Seeming like I'm having fun
Although she may be cute
She's just a substitute
Because you're the permanent one..
So take a good look at my face
You'll see my smile looks out of place
If you look closer, it's easy to trace
The tracks of my tears..
I need you, need you
Outside I'm masquerading
Inside my hope is fading
Just a clown oh yeah
Since you put me down
My smile is my make up
I wear since my break up with you..
So take a good look at my face
You'll see my smile looks out of place
If you look closer, it's easy to trace
The tracks of my tears

Y cuando terminó de sonar, salí corriendo al lugar donde sabía que me esperaban, al sitio bañado de luz, donde la claridad llenaba cada rincón, cada mesa y cada recoveco de mi corazón y del suyo.

Le pedí volver a su casa porque tenía miedo aún a que alguien nos descubriera, pero decidí que en cuanto volviera a ver a Álvaro iba a recuperar mi vida, iba a determinar acabar con él y abandonar todas las obviedades que inundaban mi modo de vivir.

Vidas Cruzadas Abiertas. Cervantes Y Ortega

Recordáis que os prometí escribir la parte ficticia de lo que me sucedió la semana pasada, con todo aquel juego de la ficción y la realidad. Bueno, pues como siempre, lo que era un relato cortito relacionado con aquello, adornado por mi prosa, se ha escapado de mis manos, ha tomado alas apoyado en mi imaginación y se ha convertido en otra cosa; Por eso he tardado algunos días en terminarlo, porque he quitado cosas de aquí y de allá, he reescrito algunas partes y ya no tiene nada que ver conmigo, ni con el curso de alemán, ni con todo lo demás; entre otras cosas, porque cuenta con el punto de vista de dos personas. He decidido reunirlo junto al relato de “Vidas Cruzadas”, puesto que puede enclavarse también bajo ese epígrafe, y quien sabe, quizás en algún momento se encuentren en mi mundo creativo.

A ver que os parece. (He hecho algo novedoso en mi técnica narrativa, espero las opiniones de las mujeres).

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Vidas Cruzadas Abiertas. Cervantes y Ortega.

Tres colores pintaban las nubes la tarde de ayer. Después de una tarde de gozos y sombras, una brizna de azul claro jironeaba el aire que en la distancia iba transformándose en violeta y finalmente en rosa. Por delante de ellas, apoyada en la ventana, estaba tu mano. Entre tus dedos contemplaba como se iba el día, y tu cuerpo desnudo, sereno, fijamente clavado al momento, se definía entre sombras. Tres días después de conocernos, habíamos vuelto a vernos en aquella clase.

Parecías pretender conocerme de toda la vida y mientras yo te esperaba escuchando música en mis auriculares, pasándome la mano por mi cara recién afeitada, te acercaste y me diste un beso en la mejilla. Me preguntaste como estaba, como había pasado esos ligeros tres días, que para mí se habían convertido en un pensamiento imposible de abandonar. Estaba obsesionado contigo y temía que hubiera dejado escapar demasiadas palabras cuando nos habíamos conocido, y que pensaras que parloteaba como un loro egocéntrico. Pero definitivamente, parecía darte todo igual, y me sentí turbadoramente avergonzado por mis pensamientos, cuando sentí el calor de tus labios en mi piel imberbe.

Ayer, volviste a sentarte a mi lado en aquella hora y media, y yo solo miraba tu pelo, y tus ojos vivos, curiosos de conocimiento. No me enteré de nada de lo que decía la profesora y perdía la cabeza por ti, alternando mis pensamientos con raptos de lucidez, que me decía que mi imaginación me estaba llevando demasiado lejos. Quien me iba a decir que, solo media hora después de aquello iba a estar contigo en mi cama.

-Ahora colocaros en parejas y ensayar el diálogo de la página catorce.

Allí, viéndote decir palabras que escasamente entendía, decidí que debía de dar un paso, por ridículo que fuera. Y mientras tú me preguntabas donde vivía en alemán, te dije algo que ya sabes:

-Me gustaría saber decir en alemán “Quieres venir a mi casa”, para poder invitarte.
-No hace falta que sepas, ya lo has hecho.- Dijo poniéndome la mano sobre mi pierna.

Cuando salimos de clase, pensé que cada uno se iría por su lado, puesto que te despediste de mí y tomaste la dirección contraria. A mi no me importó mucho en ese momento, aún estaba en una nube, porque me hubieras tocado con tu mano. Pero me seguiste, continuaste mis pasos, sin que yo te pudiera escuchar porque iba inmerso en mi música. Cuando estaba apunto de llegar al coche, oí mi nombre a través de la nube de guitarras que llegaban a mis oídos. En el cristal del coche vi tu reflejo. Y al volverme, sin tiempo a decir una palabra, me besaste, dejándome sin aliento, mientras seis palabras salían de la voz del cantante: “Your lips are like a storm”. El rayo nos había caído a los dos, nos había atravesado dejándonos unidos por hilos invisibles de atracción.

Me quitaste los cascos y me dijiste al oído: Vamos a tu casa.

Cuando nos bajamos del coche, empezaba a lloviznar y para cuando entramos en mi habitación el agua golpeaba los cristales. Tres veces hicimos el amor en lo que duró la tormenta. Permanecimos unidos el uno al otro, tan fuerte como podíamos hasta que el primer rayo de sol escapó a las nubes de lluvia y penetró por la ventana hasta acariciarte la mejilla, entonces te levantaste y desnuda te pusiste a mirar por la ventana.

-Mira como surge la belleza después de una tormenta, parece que surgiera vida hasta de las piedras.
-Tienes razón parece que tu surgieras de la lluvia también, por la belleza que despides desde la ventana.- Le contesté.

Y me levanté hasta donde estaba ella y abrazándola, la bese en un lunar que se encontraba en el centro justo de su omoplato.

-Me tengo que marchar.- Dijo.
-Es demasiado temprano.- Contesté –Espera y quédate a cenar.
-No, lo siento, pero tengo que irme ya.- Afirmó, mientras se ponía los pantalones.

Cuando me quise dar cuenta estabas al borde de la puerta, yo solamente vestido con unos calzoncillos, preguntándote cuando nos íbamos a volver a ver. Me dijiste adiós, lanzándome un beso. Cerré la puerta y me di cuenta que no tenía tu número de teléfono, ni sabía donde vivías más allá de que tu casa estaba en el centro.

Hoy he deambulado por tu facultad, buscándote por las aulas de primero mientras que pierdo clases, preguntando por una chica apellidada Cervantes, pero he sido incapaz de encontrarte. Así que he llegado y he escrito todo esto, pensando en ti, en tu pelo rizado y tus labios calientes de tormenta.

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Cuando salí de su casa y crucé el portal de la calle, me puse a llorar. Tenía miedo, estaba tan confundida que me temblaban las manos. Entré en el autobús medio vacío bajo la mirada curiosa del conductor y de una señora mayor que se sentaba en la primera fila. Decidí ponerme las gafas de sol, porque prefería que pensaran que era una excéntrica a una llorona.

El autobús paraba cada cinco minutos mientras yo iba pensando en todo lo que había sucedido. No entendía como me había podido dejar llevar así, acostándome con un extraño, una persona a la que conocía solo por las tres horas que llevaba en mi vida. Cuando me asomé por la ventana de su casa, justo después de que acabara la tormenta, me descubrí observando la cara de mi novio en la pared de enfrente y sintiéndome como una farsa, una puta que engaña a quien quiere acostándose con el primero que pasa.

Pero todo eso mentira. No podía controlarme, y aunque lloraba y me sentía mal en aquel autobús, a la vez deseaba estar en esa cama, besando y abrazando a ese chico taciturno que detrás de sus gafas de sol y su chaqueta de piel me había partido en dos. Para cuando iba por la mitad del trayecto de vuelta a casa y ya me había acostado con él, solo podía pensar en sus ojos grises y el tacto de su piel en sus brazos, con un vello que se ponía de punta cuando pasa mi mano sobre él. Nunca, en mis cinco años con Álvaro había notado que su pelo se pusiera de punta al contacto conmigo.

Así, mientras un par de lágrimas caían sobre mi cara, no podía evitar reírme al pensar en como había amado a ese chico más que a nadie en mi vida, en apenas cinco horas. Cinco horas con Roberto Ortega.

Cuando llegué a casa de mis padres, Álvaro estaba esperándome. Lo hacía siempre, llegaba a casa y me lo encontraba allí, charlando con mi madre, comportándose como el yerno perfecto, el novio que todas las madres quieren para sus hijas. Mis rodillas temblaban, creía que en mi cara alguien había escrito que había estado cinco horas haciendo el amor con otro chico y el se daría cuenta. Pero era demasiado bueno, o demasiado inocente, para hacerlo, al menos así pensaba yo entonces. Luego acabaría dándome cuenta que él no era exactamente así.

-Ven, vamos a mi habitación.- Le dije.
-Está bien.

Entramos en mi cuarto y aunque sabía que a mis padres no les hacia gracia, cerré la puerta. Le bese sin pasión, intentando disimular lo mejor que podía. Comencé a meter mi mano para tocarle la polla, pero el no hacía más que resistirse. Aquí no, decía, pueden pillarnos tus padres. Seguí insistiendo más por culpabilidad que por ganas, solo pensaba que follando con él le compensaría por lo acababa de hacer.

En diez minutos habíamos acabado y no se había enterado nadie. Ni siquiera yo, que solo veía la cara de Roberto cuando lo miraba.

Me sentía tan culpable que aquella noche no pude dormir. Al día siguiente no fui a clase, mentí a mi madre y le dije que me dolía mucho el estomago y que debía de haberme sentado mal algo que había comido en la facultad el día anterior. Lloré durante horas. Solo pensaba en aquellas nubes tricolores que había visto desde la ventana de Roberto y que su recuerdo, me hacía rememorar lo distinto que había sido besarlo a las puertas de su coche la primera vez.

Ahora me asomo a la ventana y no puedo ver ni una estrella, porque las nubes llenan el espacio entre ellas y yo. Y pienso indecisa cuando me voy a atrever a volver a acercarme a él, a mostrarme a su mirada gris, sin temor a volver a besarle.

Carta a un Taburete Vacio

Carta a un Taburete Vacio Querida L.,

Nostalgia de tenerte a mi lado, sentada en un parco taburete. Con tu pelo largo y tu piel de aceituna, desapareciendo los fines de semana para ver a tu novio. Y yo a tu lado, siempre a tu lado, dia tras dia. En esos taburetes amarillos sobre los que me sentaba para contemplarte, para dejar pasar las horas eternas, sin prestar atención a tal o cual profesor. Matemáticas o literatura.

Hasta que llegó el día que todo se acabó, después de dos años, en que tu seguiste tu camino a una vida repleta de animales en otra provincia, mientras yo me quedaba aquí, sin tener muy claro lo que tenía que hacer o lo que tenía que sentir.

Algún tiempo después nos volvimos a ver, en una fiesta. Fui tan feliz, tu mejor amiga me preguntaba si estaba enamorado de ti y por primera vez me di cuenta que era cierto, que todo lo que me pasaba, toda esa ausencia, tu falta en el asiento de al lado en la facultad. Mi tendencia a sentarme siempre solo.

Pero no había nada que hacer, tu seguías con tu novio. Siempre odiado, nunca conocido.

Durante algún tiempo intercambiamos cartas, impresas a mano... seguía siendo tu confidente y el primer testigo cuando rompiste con tu pareja. Solo para saber que te ibas con otro, que habías conocido a alguien que había tenido el valor para hacer lo que yo nunca me atreví, decirte una sola vez, lo bonita que eras.

Todo se fue desvaneciendo poco a poco... nada de cartas, nada de llamadas, ni una palabra.

Aún ahora, de vez en cuando, siento nostalgia de aquel taburete.

Tu sueño era trabajar en un zoológico en San Diego, espero que estes allí, aunque no estes a mi lado.

Carlos.

Séptimo Cruce. Javier

Séptimo Cruce. Javier

Rosas. Las rosas no lloran, solo adornan. Adornan cuando quieres acostarte con tu novia, cuando San Valentín llega, incluso a veces la persona que quieres huele a rosas. Emma podía haber sido una rosa, probablemente lo habría sido, pero ahora se parecía mas a una de esas flores marchitas que ponen para acompañarlas en los jarrones.

Emma estaba absorta mirando un rosal, con una calmada serenidad. El rosal se encontraba al otro lado de la calle, había un pequeño jardín y lo habían plantado allí seguramente mucho tiempo atrás. Las ramas del rosal se encontraban prietas y enlazadas unas con otras formando coronas de espinas. Las flores eran pocas, en mayor medida porque la gente las arrancaba. Aún así despedían un olor fuerte que llegaba a la nariz de Emma mezclado con el olor antiséptico de la ambulancia y la mezcla de goma quemada del ambiente.

Johann se acerco a ella por su espalda y de nuevo la abrazó. Por detrás de él se fue acercando Alicia.

Alicia y Johann habían vuelto a reencontrarse cuando este había llegado detrás de la madre. Ella conservaba la pequeña bolsa marrón con las pinturas de Johann y se la alcanzó justo cuando el chico se encontraba a un metro. Él le dio las gracias, pero no se dijeron nada acerca del beso. Parecía tan lejano como Júpiter para entonces.

- Me llamo Alicia. Dijo ella, recordando que ni siquiera se habían dado los nombres.
- Yo soy Johann.
- ¿Cómo el futbolista?
- Si.

Pocas palabras les dio tiempo intercambiar. Los gritos y llantos de Emma les devolvieron de nuevo al lugar donde se encontraban. Vieron como la madre del niño se deshacía entre los brazos de uno de los policías. A pesar de todo, conservaban el deseo en la mirada y el deseo de conocerse más allá de todo aquel asunto que los rodeaba.

- Perdona, te tengo que dejar un momento.
- Está bien.

Johann ocupó prácticamente el papel de padre del chico o de pareja de la madre. Se preocupó de hablar con los policías y contarles lo que había visto, que desafortunadamente no sirvió para mucho. Durante largo rato conversó con el Sargento Rivera y le informó sobre el coche rojo que se había dado a la fuga.

También interrogó a Alicia y a la madre cuando estuvo más calmada. Marcos, el policía no podía creer que pudiera sucederle algo así a una madre soltera y con tantos problemas. Íntimamente y en el fondo de su cabeza, se prometió a si mismo que ayudaría a Emma a encontrar al bastardo que había cometido aquella atrocidad y además se había marchado para añadir más miseria a sus actos. Más tarde, esta misma promesa iría más allá de él mismo, para jurarle a la madre en otras circunstancias que ese cabrón no quedaría impune.

Cuando Johann la abrazó, Emma dejó de mirar aquellas flores rojas que la miraban como compadeciéndose de ella y se volvió.

- No vuelvas a abrazarme. Esto no borra lo que me hiciste.
- Emma, perdóname, se que me porté como un auténtico hijo de puta, pero ahora quiero apoyarte.
- No se que decir la verdad.-Y un par de lágrimas inundaron sus cuencas.
- No digas nada.- dijo, mientras que la mujer afirmaba con la cabeza y se apoyaba de nuevo en su hombro.

Alicia se incorporó a la conversación.

- Ho... Hola.- Dijo Alicia con timidez.- Siento mucho lo que le ha ocurrido a su hijo.
- Gracias.- le contestó entre sollozos.
- Emma, esta es Alicia, ella lo vio todo, estaba junto a mi cuando ocurrió.

Pero la mujer sentía un dolor tan grande que las palabras se le secaron. Y junto a sus palabras se le secaba la garganta, los ojos y la mente. No podía controlar la forma de parar de llorar, quería chillar de dolor pero le parecía vergonzoso perder de nuevo la compostura y dejarse llevar por los sentimientos. Llevaba tanto tiempo sin hacerle caso a sus sentimientos para ser fuerte que ahora se había convertido en una sombra pequeña de lo que ella misma se consideraba. En la palma de su mano, rojizas medialunas se marcaban por la presión de sus uñas. Tanto había luchado por criar a su hijo sola y ahora todo se marchaba a un limbo como un juego macabro, unos dados sombríos que alguien había lanzado para arrebatarle a su niño. A su Joan.

Marcos se fue acercando poco a poco a las tres figuras que a la sombra de la ambulancia se intentaban consolar. Mientras el Juez levantaba el cadáver del niño y los sanitarios recogían sus cosas esperando que alguien de la funeraria llegara para trasladarlo a algún lugar lúgubre.

- Perdone, necesitaría llamar por teléfono,... a algún familiar o a su trabajo...- Interrumpió el policía.
- Bueno, no tengo a casi nadie,... pero debería de llamar al tío de Joan.- Dijo Emma.
- Bien, entonces acompáñeme al coche.

Emma siguió al policía y este le informó que ya habían avisado a la funeraria y que le Juez ya casi había terminado. La montó en el coche patrulla y desde allí la invitó a que marcara.

Al otro lado de la línea, una voz ronca y con apariencia de estar recién levantada, a pesar de que ya comenzaba la noche, le contestó. A la voz se le trababan las palabras y correspondía con incoherencia a las frases de Emma. Era la típica voz de un yonki. Era la voz de Javier, el único hermano y ser querido, que tenía ella.

Continuará...

Sexto Cruce. Lux

Sexto Cruce. Lux

La palanca era cromada y en su reflejo unas uñas rectas y cortas que la acababan de acariciar para abrir la puerta. El deportivo era rojo, como suelen ser todos los deportivos de verdad, siendo esto así desde que Enzo Ferrari eligió este color para su primer modelo. Aunque este no era un vehiculo de tan alta categoría sino más bien un pseudo-descapotable coreano que tanto abundan ahora. No tenía la magnificencia del diseño italiano ni la potencia de un motor alemán.

La mano pertenece a una mujer, su piel está ya ligeramente arrugada y parece fuerte. En su muñeca un reloj masculino, deportivo, como los que se usan para hacer submarinismo. Subimos por su brazo y encontramos una camiseta ajustada que deja ver su musculatura fibrosa. Probablemente sea deportista o simplemente le guste estar en forma.

A pesar de esa fortaleza física, la chica se estremece como un bambú y al bajarse del coche vemos como está llorando. No hay nadie que pueda verla, como tampoco hay nadie que pueda ver la sangre que tiñe el faro derecho de su coche.

Sabe lo que acaba de hacer y lo que puede sucederle. Tiene tanto miedo que se sienta en el pavimento con las manos en la cara. Intenta saber que hacer ahora y se debate entre correr a decir la verdad o intentar encontrar una puerta falsa para escapar indemne.

“... esto no puede haberme pasado. No puede jodérseme la vida de esta forma. Yo no quería hacerle daño, pero se me cruzó... no pude evitarlo... mierda, mierda, mierda,... me tenía que haber quedado allí,... hay que ser estúpida para darse a la fuga...”

Al cabo de un momento se pone de pie y camina alrededor del Hyunday rojo. Inspecciona fríamente la apariencia que le dan esas manchas rojas al faro destrozado. Su mente está obnubilada y todo la lleva a adoptar la decisión equivocada.

“...Si se descubre que tu eres la culpable de ese atropello, adiós a las competiciones y a los patrocinadores. Adiós a tus sueños. Adiós a tantos años de trabajo desde que eras una niña... pero quizás no este muerto, solo mal herido... quizás acepten que me asustara al principio...”

Se acercó al faro y lo miró de cerca. Podía contemplar las pequeñas esquirlas de plástico transparente rotas y algún pedacito de carne adherida en su interior.

Abrió el maletero y saco una vieja camiseta que usaba para limpiar los cristales y eliminó todos los restos de sangre que pudo, luego se dio la vuelta y se volvió a montar en el coche. Dio un par de vueltas por el polígono industrial y buscó algún taller que tuviera pinta de estar abierto. Solo encontró uno, muy destartalado y con unas puertas metálicas oxidadas y llenas de pintadas. Dentro se veían coches desguazados y por el camino hasta la puerta un hombre con un mono mugriento.

-¿Qué quiere? –Preguntaron al otro lado con desgana.

-Hola, verá... –la joven dudaba- ¿quería saber si estaba abierto?

-No, ya hemos cerrado, si quiere algo, venga mañana.

-Bueno, solo quería saber si podía dejar el coche algunos días y que usted me arreglara el faro, es que he chocado contra un bidón de basuras...

-¿Sabe que le costará más dinero por servicio especial?

-No me importa.

-Está bien. Métalo dentro.

La chica le dejó al mecánico el coche y convino en que volvería a por él en dos o tres días. El coche quedó a registrado, en la pizarra que tenía el mecánico para anotar a sus clientes, a nombre de Lucia Ortega. Luego, desde su móvil llamó un taxi para que fuera a recogerla.

Lucía Ortega. Por todos conocida en el mundo de la natación como Lux.

Continuará...

Cuarto Cruce. Marcos

Cuarto Cruce. Marcos

A pesar de toda la prisa que Johann se había dado en llegar hasta el portal donde tanto él como Emma y Joan vivían, subir los peldaños le costó una eternidad. A cada instante parecía que le embargara el dolor o la duda, haciéndole más pesados los pasos por andar. Finalmente llegó hasta la puerta de la casa. Era una puerta vieja, casi desvencijada. No era una puerta de esas modernas de seguridad, si no más bien una de esas que puedes encontrar en una antigua y barata pensión.

Era el 2 – B. Justo en el instante en que iba a tocar el timbre, le asaltó la duda sobre que es lo que haría si la madre no se encontraba en casa. Pero la duda fue vaga y casi infructuosa, porque casi al mismo momento de llamar a la puerta, oyó pasos al otro lado del rectángulo de madera.

“...que decir, que hacer... como puedes consolar a alguien cuando su hijo a muerto con once años...”

- Si, Joan... ¿Dónde estabas?...-Dijo Emma, sin ni siquiera mirar quien era. –Oh... vaya, eres tú.

- Emma... –El silencio parecía interminable. –Es Joan, verás... no sé como decirte esto... lo han atropellado... Yo estaba allí.

- ¡Dios Mío! ¿Qué le ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a mi hijo?

- Cre... creo... que está muerto, Emma.

- No. Chillo – No puede ser, estaba en la calle, con la...-No puedo terminar la frase, por la cara del pintor supo que le estaban diciendo la verdad.

- Tienes que venir conmigo, ha sido cerca de aquí.

La pobre mujer, que no era más que una muchacha que había sido obligada a creer prematuramente algunos años atrás, se desmoronó. Se fue deslizando sobre la puerta de caoba barata hasta quedar de rodillas delante de Johann. El consuelo es fútil cuando el dolor es infinito. Emma, la chica a la que Johann había amado algunos meses atrás, poco tiempo después de instalarse en el edificio ahora yacía a sus pies y se veía inútil para aliviar su dolor. Finalmente acabó por arrodillarse junto a ella y abrazarla, porque era la única posibilidad que estaba en su mano.

Solo fueron unos minutos, aunque no llevaba reloj, Johann supuso que había sido así, pero para Emma pasaron horas entre llantos y lágrimas amargas, lágrimas negras. Cuando estuvo ligeramente más calmada, Johann se atrevió a proponerle ir al lugar del accidente. No sabia si era lo que ella necesitaba, pero creía que a pesar del dolor en un futuro sería lo mejor para ella. Alguna vez había oído o leído en algún lugar que cuando alguien pierde a un ser muy querido, necesita verlo muerto, porque si no jamás se acostumbrará a la perdida.

- Deberíamos ir... -No se atrevió a decir más.

- Si. Le contestó ella.

Durante el camino a aquel cruce de calles fatídico, no intercambiaron palabras, ni siquiera fueron corriendo como Johann había hecho el camino de ida. Emma seguía llorando, pero lo hacía como el que hace algo automático, como el que mueve los abrazos acompasando a las piernas al caminar. Las lágrimas caían tímidamente pero sin descanso por su cara. Justo antes de llegar a la calle donde había sucedido todo, ya pudieron contemplar la variedad de luces multicolores que inundaban el entorno. Rojos, para las ambulancias, azules para la policía... ya iba anocheciendo y los rayos del sol se marchaban lentamente.

Detrás de un par de ambulancias y un coche de policía se movía alguna gente, pero sin prisa, solo de acá para allá, intentando asimilar el dolor que es ver, de nuevo, vidas perdidas por la culpa de algún borracho o despistado.

Emma salió corriendo, incluso arrastró a su paso una cinta amarilla de las que coloca la policía para evitar a los morbosos. Johann no fue tras ella, no se sentía ya con fuerzas. Un policía agarró a la madre mientras que de nuevo se hundía. La visión de esa manta metálica que cubría el cuerpo junto a una de las zapatillas del chaval le resultó insoportable. Esa sería la única visión que tendría de la tragedia hasta mucho tiempo después.

- Tranquila, por favor, tranquila... –Intentó consolar el policía. ¿Es usted su madre verdad?

Entre los llantos y gritos de negación, la débil voz de la mujer solo sonó levemente para contestar que sí.

En esa posición, entre los brazos de aquel policía, Emma solo pudo contemplar la chapa que aquel hombre llevaba en su pecho. Sargento Marcos Rivera.

...

Al otro lado de la ciudad, por una calle solitaria de un polígono industrial un coche rojo paraba a la poca sombra que daba ya un olmo. El olmo era grande y la sombra que proyectaba por la mezcla de rayos azulados y la luz de una farola medio estropeada era amenazadora.

La puerta se abrió por la acción de una mano todavía temblorosa.

Continuará...

Cuarto Cruce. Emma

Cuarto Cruce. Emma Cuarto Cruce. Emma

Hasta que no se da el golpe, la vida permanece intacta, resumiéndose a si misma como una luz que penetra a través de la carne. El chico, que para entonces tendría unos once años, yacía en el asfáltico pedregal, carente de esa misma luminosidad. A simple vista no había vísceras ni restos, más allá de un pequeño charco de sangre que brotaba como un riachuelo desde su cráneo.

El dolor que les impactaba a los enamorados germinales, no era por contemplar un espectáculo dantesco, sino por ver los mismos ojos de la muerte en la mirada de ese zagal. ¿Cómo reaccionar a eso? ¿Cómo reaccionar ante la sin razón de una vida segada tan tempranamente?

“...el vacío, solo el vacío... olor agrio a caucho quemado... un trozo de dolor, un charco de sangre... y este extraño...”

“...que ha sucedido, quien corre cobardemente... sin dar cuenta de sus actos... sin dar cuenta de su poesía de la violencia... sin para a ver sus pinturas dibujadas con óleos de muerte...”

No tuvieron más remedio que actuar, porque en momentos así, hay que encontrar algo para deshacerse de la rocosidad del impacto emocional. Y no fue Johann, si no ella, la chica del dolor y de la belleza, con ojos Cerulean Blue que reflejaban una mancha carmesí que iba cubriendo poco a poco la oscuridad del suelo. Llamó desde su teléfono móvil para pedir un médico o una ambulancia, aunque supiera que a esas alturas ya sería fútil.

Pocas palabras se dirigieron entre ellos. No había histerismo ni escandalosas muestras de dolor. En momento tan trágico, una serenidad casi animal los ocupó a ambos. Johann salió corriendo al poco tiempo, intentando sin éxito perseguir a aquel coche diabólicamente rojo, diabólicamente asesino. Cuando volvió, ella ya tenía manchada su camiseta por la sangre del niño, con tristes lágrimas que se diluían al contacto con el aire.

Todo había sucedido casi instantáneamente, sin instantes para dedicar a la reflexión. Para ellos habían pasado casi siete horas, en una secuencia ultra lenta que fuera sobreproyectada a en la sabana blanca de un cine. Esa película acabó cuando empezaron a oír sirenas y las luces rojas se confundían con las tonalidades similares con que el sol bañaba edificios y aceras. Porque el silencio que hasta entonces los habitaba se rompió.

La vida del niño parecía que se hubiera roto como si algún ángel divino pero incapaz hubiera tirado más de la cuenta de una cuerda delgada de marioneta. Alicia podía notar el tacto inerte del chico al que la gente había conocido como Joan. Una piel que aunque todavía caliente, parecía de cartón o de esas caretas malas de feria.

Tres sanitarios se bajaron de una moderna ambulancia, con sus luces haciendo vibrar las hojas verdes de los árboles cercanos. Rápidamente de manera casi automática se dispusieron a llevar a cabo sus procedimientos del manual para salvar vidas. Le arrancaron al niño de los brazos, entre disparadas preguntas sobre si ella era su madre u otros aspectos del accidente.

Alicia estaba confusa. Pero empezó contestando que no era la madre.

- No, no soy la madre.- Contestó. –Ha sido todo tan confuso, no se muy bien que ha pasado, solo sé que lo han atropellado.

- Ha sido un coche rojo, iba a toda velocidad. Dijo Johann, que ya había vuelto de su infructuosa búsqueda. – Yo conozco a la madre, es vecina mía, quizás pueda encontrarla.

- Eso estaría muy bien. Respondió uno de los paramédicos.- Si no, la mujer no se enterará hasta que llegue la policía y la localicen.

A Johann no le faltó que el hombre que se afanaba en comprobar al chico dijera nada más, apenas las últimas palabras salieron de su boca, echó a correr.

Alicia se volvió y por primera vez fue verdaderamente consciente de que no conocía de nada a ese hombre que la acababa de besar. Y con una mezcla de incertidumbre sobre lo que ese hombre haría y sobre lo que haría ella, lo vio doblar la esquina corriendo, con su bata de pintor desprendiendo olor a aceite y aguarrás.

...

Intentaba que sus pies fueran alas y su cuerpo no pesara más que lo que pesa una paloma. Quería alcanzar el edificio donde vivía lo antes posible, pero a la vez, su mente conspiraba para intentar apartarlo de allí, sin éxito. Es difícil enfrentarse a la dureza de las vueltas que da la vida. Al chico solo lo había visto un par de veces, de una manera más personal, aunque lo había contemplado corretear desde la ventana y jugar con la bici o el balón. El dolor iba creciéndole en el pecho como una especie nueva de enredadera que con su crecimiento le aprisionara los pulmones confundiendo la sensación de fatiga. Pequeñas lágrimas iban surgiendo de sus ojos trasladándose hacia atrás como las gotas de lluvia en las ventanillas de un coche. Johann pensaba como iba decírselo a Emma cuando llegará. Emma vivía en el apartamento que había debajo del suyo y era madre soltera. Era una mujer de treinta y tantos, que había sufrido mucho y ahora, lo único que tenía, lo había perdido.

“...como voy a decírselo... como voy a contarle que Joan a muerto... y sobretodo después de cómo fue nuestra última charla... de lo cerdo que fui con ella...”

Aquel chico que yacía muerto ya, entre manos de enfermeros,... había sido la causa vil por la que él la había abandonado unos meses atrás. Eso y su miedo al compromiso. Ahora el peso de la culpa le impedía caminar con más rapidez, con la que deseaba. Para cuando llegó al portal del edificio, le temblaban las piernas y su cerebro le obligaba a corresponder la responsabilidad con la que se había comprometido, mientras que su corazón trataba de impedir que hiciera más daño a Emma, del que ya le había hecho.

Continuará...

Tercer Cruce. Joan

Tercer Cruce. Joan

Johann es tirado por una cuerda inexistente e intangible. Esta atrapado por un campo magnético para acercarse a la chica del pelo Stil de grain. Por delante de él, entre medias de ambos, acaba de pasar un muchacho en su bicicleta. Ni siquiera se para a mirar, da un paso y otro paso. Atrás queda el bordillo azul petróleo. Paso a paso se acerca, sin mirar atrás, solo hacia delante. Hacia esa chica que con un brazo se apoya en una farola y de la que caen dos tristes surcos de lágrimas teñidos por un negro oscuro, rimel de obsidiana, de piedra lunar.

En la otra mano sus gafas y ella ve como se va acercando. El pintor con su pequeña bolsa de papel en la mano se dirige hacía ella. Un miedo la asalta, la paraliza y sin embargo la impulsa a darse la vuelta. Una fuerza surgida de su bajo vientre la levanta, la hace retomar su postura altiva y desdeñosa con la que hace unos simples minutos caminaba.

De su mente se ausenta ahora la idea que la había hecho pararse a contener las lágrimas. Los besos de agua que hace escasos momentos la habían derrumbado.

“...dios, se acerca. Vamos, márchate. No esperes a que se te acerque...”

Antes de que Johann esté pisando el borde azul de la frontera de enfrente, la chica se aleja a paso rápido y con las gafas de sol de nuevo en su cara. Su afán es mayor que antes, tiene que saber porque llora, porque esa belleza de amarillos, azules y marrones rembrandtianos se ha tornado en la sombra triste de una bailarina de Edgar Degas.

“...La enseñaré a no llorar... la pintaré de nuevo en su belleza serena...”

Le recordaba a una actriz, tan frágil de repente y tan fuerte al otro instante. Ya sabía a quien se parecía, a esa chica de “21 gramos”. Naomi, What? Caminaba más aprisa, hasta atraparla, hasta alcanzarla y cogerla de ese brazo descubierto.

Parecía como si un maníaco la persiguiera, como si su amante despechado y maltratador quisiera matarla a puñaladas en medio de la calle. Pero no era así, no conocía a ese hombre desaliñado y guapo que la gustaba y la asustaba a partes iguales. Aunque quizás de quien estaba asustada era de si misma. Autolimitándose a cerrarse puertas y a imponerse unas leyes de la atracción iguales a cero.

“...tu padre se está muriendo, como puedes llenarte un solo minuto con pensamientos de atracción hacia un hombre que desconoces. Como puedes ser tan banal y tan insensible...”

Notó que algo la rozaba en su brazo izquierdo. Se sentía miserable por ello, pero en realidad deseaba volverse y besar a ese hombre desconocido, con pinta de añejo futbolista. En el instante que el la agarró con firmeza, ella se dio la vuelta. Quedaron el uno frente al otro, a escasos centímetros, con los ojos de ella fijos en el marrón de los de él. Unas palabras resonaron en la cabeza de ella, temblaron en sus oídos y rellenaron sus pensamientos. Mientras que de nuevo, ella eliminaba las gafas de su cara para poder volver a mirarlo a través de la luz morada y gris del atardecer.

- Voy a conseguir que tus ojos dejen de ser llanto. Dijo él.

Y aquello fundió las cadenas, las puertas y las reglas autoimpuestas. Alicia nunca había actuado así, pero estaba al límite. Se había derrumbado hacía unos segundos y tan solo podía permitirse amar. Nada más podía caber en su mente castigada que el beso que él estaba a punto de darle. Un beso sanador, que mientras que llegaba a ella a través de sus labios, iba propagándose por su cuerpo. Aceleraba el pulso y despedía epinefrina por sus vasos sanguíneos pero sobretodo, liberaba a la cabecita de la chica de todo el dolor acumulado que contenía. De la tensión, del llanto y de las visiones amargas del hospital de su padre, que la tomaban a cada instante.

Johann dejó caer la pequeña bolsa de papel marrón que contenía sus tres tubos de pintura blanca y sin saber cual iba a ser el resultado de aquel acto impulsivo, considero que era lo que podía hacer después. Huir corriendo o esperar a que ella le devolviera el beso. Justo cuando terminó y mientras pasaba su pulgar por las mejillas sucias de ella, para que el rimel negro se fundiera con las otras gotas de pintura que habitaban casi perennemente en su dedo, oyó el ruido fuerte de do sostenido en su cabeza. Seguido por el chirriante sonido de frenos y los gritos consiguientes.

La magia que había surgido del hechizo de sus miradas, se deshizo momentáneamente para contemplar el amasijo de hierros en que se había convertido la bicicleta. Instantáneamente intentaron comprender que había sucedido mientras que ellos se enamoraban, pero solo les dio tiempo a ver como un coche rojo escapaba como un torrente de sus cauces, evitando tener responsabilidades en la catástrofe.

Cogidos de la mano, se acercaron a donde yacía un niño muerto y una bici vieja, ahora rota y machacada por las ruedas neumáticas de la inconsciencia de una persona. La imagen era horrible. Indescriptible para los sentidos, intolerable para los sentimientos.

-Se llamaba Joan, yo le conocía. Dijo el pintor.

Continuará...

Segundo Cruce. Alicia

Segundo Cruce, Alicia

La chica del pelo Stil de grain, se quedó mirando, por un último momento antes de cruzar, los ojos del pintor. Johann no sabe nada de ella. Circula por su mismo barrio pero quizás solo este allí de paso. Belleza desconocida, que quizás algún día se vea representada en el lienzo de un cuadro o la roca moldeada por unas duras manos, endurecidas por el disolvente y la pintura.

Alicia. La llamaré Alicia.

Va absorta en sus pensamientos, se fija en el pavimento, en las pequeñas esquirlas de alquitrán que lo forman, veteado por las líneas blancas que conforman el paso. El borde de la acera es azul, pero esta desgastado. Piensa en los miles de tacones de señora que han pisado el azul, en los zapatos de hombre elegantes o rotos, en las zapatillas de deporte de los niños, las ruedas de bicicleta o los carritos de bebe, que han logrado hacer parecer ese tono de azul petróleo en una mezcla grisácea de matices.

Se llena la cabeza de apuntes absurdos. No para de pensar en cosas así; en porqué las papeleras son de esa forma o porqué los bancos de otra. Todo para no enfrentarse a la verdad. Para no tener que sufrir con el horrible hecho de que su padre se está muriendo de cáncer. A pesar de que lo intenta, la realidad acaba por asaltarle sus circuitos neuronales. Abre el bolso. Sabe lo que se avecina y aunque ya está empezando a brillar los tonos rojizos del crepúsculo, se pone las gafas de sol. Mecanismo de defensa. No quiere que nadie la vea llorar.

De nuevo intenta distraer su cabeza. Recuerda a ese chico que hace un momento caminaba de frente hacía ella. Tenía pinta de extranjero e iba con una ropa sucia, una especie de bata manchada de pintura. Por algún motivo le ha llamado la atención. Ha sido hace solo un momento, quizás siga cerca. Indisimuladamente mira hacía atrás, pero no lo ve.

...Quizás debería volver hacía atrás a buscarlo. Parecía guapo y se te ha quedado mirando. No seas tonta, seguro que miraba otra cosa. Además, mira lo sucio que iba. A lo mejor es pintor. Si, de brocha gorda. Pero mírate, niña estúpida, tu pensando en un desconocido mientras que tu padre está en un hospital...

Una lágrima recorre la mejilla de Alicia. Rueda en un tono, que si nuestro pintor hubiera podido ver, no hubiera sabido describir, las sales que contiene la hacen brillar y reflejar un prisma de los tonos marrones de la piel subyacente. Termina de surcar la cara de la chica y cae al vacío. Si ella caminara más aprisa hubiera muerto al chocar con su propia ropa, pero cae hasta llegar a tocar el suelo. Se desvanece al contacto con la caliente roca rosa que da forma a una baldosa. Inmediatamente después, la sandalia que calza Alicia le pasa por encima. Pero no es la primera, ni tampoco la última que se derramará en esos días.

Poco a poco, los ojos azules que solo unos minutos atrás había contemplado el pintor, se van llenando del bendito líquido que siempre acaba por desenmascarar nuestros sentimientos. Alicia no aguanta más, siente un guante de acero que le oprime dentro de su caja torácica. Es como si la intentaran aplastar el corazón pero con la lentitud de un sádico que quiere hacerla sufrir al máximo. Busca un asiento o un árbol, algo a lo que asirse. Se apoya en una farola. Con su mano abierta acaricia el metal que la sostiene, es una aleación extraña, puede que hojalata con algo de aluminio o acero. Está pulida y a través de las lágrimas, Alicia puede contemplar como está compuesta por manchas variadas, con un camuflaje urbano.

No pasa mucha gente por allí. Alicia intenta recuperar la compostura y a duras penas lo consigue. Con los ojos ya secos, observa que alguien la mira desde la acera que se sitúa al otro lado de la calle. Es el pintor. Fijamente la contempla, con una extraña mezcla de sorpresa por verse descubierto, de satisfacción porque ella le devuelve la mirada y de preocupación por el estado de la chica.

...Porqué me seguirá. No será un maniaco o algo así. Seguro que es un obseso. No digas tonterías, mira con que dulzura te mira...

La mirada de ambos se conecta. Se cruza un rayo invisible entre los dos, pero ninguno lo sabe a ciencia cierta. Alicia se quita las gafas de sol.

En ese instante pasa un adolescente en una bicicleta a toda velocidad. La magia peligra, la conexión parece perderse por la distracción... pero no, ambos se mantienen en su constante punto de vista.

La bicicleta del chico parece de carreras, de esas antiguas que teníamos cuando niños, sin marchas, ni platos o piñones. Vuela sobre esas pequeñas moléculas negras y asfálticas.

Continuará...

Primer Cruce, Johann

Primer Cruce, Johann Primer Cruce, Johann

La persiana esta prácticamente cerrada, es barata, de plástico. Mi casa es vieja, tiene más de veinte años y los cerramientos son pobres. El quicio de la ventana es metálico, de aluminio, pero está mal hecho, en verano entra el calor y en invierno, el frío. Me asomo por ella, pero solo veo el edificio de enfrente. Los agujeritos que dejan pasar algo más que aire, pero poco menos que luz no me dejan ver la calle.

Salgo al salón y me asomo a la terraza... busco un conejillo de indias.

Ahí va. Camina a paso ligero. Es alto y extranjero. Rubio, nórdico o inglés. Tendrá treinta y tantos. Johann. Se parece a Cruyff cuando jugaba en el Barça. Decido su destino.

...Mierda son las ocho menos cuarto ya. Como no me de prisa me van a cerrar la papelería. Ya me he recorrido todo el puto pueblo y en ninguna de las papelerías abiertas tienen óleo color blanco. ¿En que clase de papelería no tienen óleo color blanco? ...

Johann camina por una avenida cargada de coches en doble fila y gente que pasea tan absorta como él en sus propios pensamientos. Necesita ese blanco para el cuadro que está pintando. Alguien podría pensar que es maniático pero se encuentra tremendamente inspirado y acabado con el blanco. Un blanco para rellenar nubes, para mezclar pasteles, para pintar nieve, para brillo a las olas, para refrendar la perfección de las paredes estrechas de la mente surrealista de su pintura.

Nadie lo observa a pesar de que ha salido de casa sin ni siquiera haberse quitado la bata que usa para pintar y que está manchada por miles de fragmentos multicolores, propuestos por pinceles limpios o por manchas que alguna vez intentaron llegar a formar parte de una obra de arte. Llega a la última papelería que queda libre. Es la que está más lejos de su casa pero donde otra vez ha encontrado lo que necesitaba.

- Hola, ¡Buenas tardes!
- Buenas tardes, que quería, estamos a punto de cerrar.- El dueño maneja una cara adusta. En verano, las papelerías no tienen mucho negocio, no hay niños que vayan a por cuadernos o libros para la escuela.
- Bueno, esperaba que ustedes tuvieran óleo blanco.- Y añadió – Me he recorrido todas las papelerías del pueblo.
- Aquí si tenemos, debería de haber venido antes.

El dependiente se internó en la tienda y se puso a rebuscar entre estantes de materiales.
- ¿Cuántos tubos desea? – Preguntó.
- Todos los que tengan.

Al cabo de un momento volvió. Entre las manos traía tres pequeños tubos de pintura blanca al óleo.

- Solo le quedan esos.
- Si, son Pebeo y salen a dos euros el tubo.
- No son muy allá.- Opinó, bajo la inquisidora mirada del papelero. - Está bien, no tengo más remedio que llevármelos.

Johann pagó y salió un poco más tranquilo. Los tres botecitos metálicos con un tapón de plástico, que contenía la bolsa de papel de la papelería, no le iban a dar para mucho, pero menos era nada. Ahora no corría de camino a casa.

La textura del papel era acariciada por sus manos cuando se cruzó con una chica. Era delgada y con la piel tostada por el sol. Era Rembrandt Burnt Sienna Nº 411, ese era el marrón de su piel. Y sus ojos eran Cerulean Blue 534 y su pelo Stil de grain yellow 251.

...La pintaré. Sí, la pintaré. Rápido, rápido fíjate en ella. Que no se te olvide. Es preciosa. Deberías proponerle pintarla. No....

La chica se dio la vuelta y cambió de dirección. Johann esperaba cruzarse con ella en el paso de peatones, pero la chica dio un giro inesperado y cruzó de calle. Pero justo antes de hacerlo, sus miradas se cruzaron.

Continuara...