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CruceDeCaminos

Tercer Cruce. Joan

Tercer Cruce. Joan

Johann es tirado por una cuerda inexistente e intangible. Esta atrapado por un campo magnético para acercarse a la chica del pelo Stil de grain. Por delante de él, entre medias de ambos, acaba de pasar un muchacho en su bicicleta. Ni siquiera se para a mirar, da un paso y otro paso. Atrás queda el bordillo azul petróleo. Paso a paso se acerca, sin mirar atrás, solo hacia delante. Hacia esa chica que con un brazo se apoya en una farola y de la que caen dos tristes surcos de lágrimas teñidos por un negro oscuro, rimel de obsidiana, de piedra lunar.

En la otra mano sus gafas y ella ve como se va acercando. El pintor con su pequeña bolsa de papel en la mano se dirige hacía ella. Un miedo la asalta, la paraliza y sin embargo la impulsa a darse la vuelta. Una fuerza surgida de su bajo vientre la levanta, la hace retomar su postura altiva y desdeñosa con la que hace unos simples minutos caminaba.

De su mente se ausenta ahora la idea que la había hecho pararse a contener las lágrimas. Los besos de agua que hace escasos momentos la habían derrumbado.

“...dios, se acerca. Vamos, márchate. No esperes a que se te acerque...”

Antes de que Johann esté pisando el borde azul de la frontera de enfrente, la chica se aleja a paso rápido y con las gafas de sol de nuevo en su cara. Su afán es mayor que antes, tiene que saber porque llora, porque esa belleza de amarillos, azules y marrones rembrandtianos se ha tornado en la sombra triste de una bailarina de Edgar Degas.

“...La enseñaré a no llorar... la pintaré de nuevo en su belleza serena...”

Le recordaba a una actriz, tan frágil de repente y tan fuerte al otro instante. Ya sabía a quien se parecía, a esa chica de “21 gramos”. Naomi, What? Caminaba más aprisa, hasta atraparla, hasta alcanzarla y cogerla de ese brazo descubierto.

Parecía como si un maníaco la persiguiera, como si su amante despechado y maltratador quisiera matarla a puñaladas en medio de la calle. Pero no era así, no conocía a ese hombre desaliñado y guapo que la gustaba y la asustaba a partes iguales. Aunque quizás de quien estaba asustada era de si misma. Autolimitándose a cerrarse puertas y a imponerse unas leyes de la atracción iguales a cero.

“...tu padre se está muriendo, como puedes llenarte un solo minuto con pensamientos de atracción hacia un hombre que desconoces. Como puedes ser tan banal y tan insensible...”

Notó que algo la rozaba en su brazo izquierdo. Se sentía miserable por ello, pero en realidad deseaba volverse y besar a ese hombre desconocido, con pinta de añejo futbolista. En el instante que el la agarró con firmeza, ella se dio la vuelta. Quedaron el uno frente al otro, a escasos centímetros, con los ojos de ella fijos en el marrón de los de él. Unas palabras resonaron en la cabeza de ella, temblaron en sus oídos y rellenaron sus pensamientos. Mientras que de nuevo, ella eliminaba las gafas de su cara para poder volver a mirarlo a través de la luz morada y gris del atardecer.

- Voy a conseguir que tus ojos dejen de ser llanto. Dijo él.

Y aquello fundió las cadenas, las puertas y las reglas autoimpuestas. Alicia nunca había actuado así, pero estaba al límite. Se había derrumbado hacía unos segundos y tan solo podía permitirse amar. Nada más podía caber en su mente castigada que el beso que él estaba a punto de darle. Un beso sanador, que mientras que llegaba a ella a través de sus labios, iba propagándose por su cuerpo. Aceleraba el pulso y despedía epinefrina por sus vasos sanguíneos pero sobretodo, liberaba a la cabecita de la chica de todo el dolor acumulado que contenía. De la tensión, del llanto y de las visiones amargas del hospital de su padre, que la tomaban a cada instante.

Johann dejó caer la pequeña bolsa de papel marrón que contenía sus tres tubos de pintura blanca y sin saber cual iba a ser el resultado de aquel acto impulsivo, considero que era lo que podía hacer después. Huir corriendo o esperar a que ella le devolviera el beso. Justo cuando terminó y mientras pasaba su pulgar por las mejillas sucias de ella, para que el rimel negro se fundiera con las otras gotas de pintura que habitaban casi perennemente en su dedo, oyó el ruido fuerte de do sostenido en su cabeza. Seguido por el chirriante sonido de frenos y los gritos consiguientes.

La magia que había surgido del hechizo de sus miradas, se deshizo momentáneamente para contemplar el amasijo de hierros en que se había convertido la bicicleta. Instantáneamente intentaron comprender que había sucedido mientras que ellos se enamoraban, pero solo les dio tiempo a ver como un coche rojo escapaba como un torrente de sus cauces, evitando tener responsabilidades en la catástrofe.

Cogidos de la mano, se acercaron a donde yacía un niño muerto y una bici vieja, ahora rota y machacada por las ruedas neumáticas de la inconsciencia de una persona. La imagen era horrible. Indescriptible para los sentidos, intolerable para los sentimientos.

-Se llamaba Joan, yo le conocía. Dijo el pintor.

Continuará...

1 comentario

Marta -

Me ha encantado lo del bordillo azul petróleo. Y lo del beso, aunque me pasa a mi eso, y se hubiera llevado un bofetón. (creo)

Lógicamente, esto lo había escrito antes de llegar al final del post, que ganas tienes de estropearme las historias, snif, lo malo es que estoy puede ser tan real como la vida misma.

Un beso!