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CruceDeCaminos

Cuarto Cruce. Marcos

Cuarto Cruce. Marcos

A pesar de toda la prisa que Johann se había dado en llegar hasta el portal donde tanto él como Emma y Joan vivían, subir los peldaños le costó una eternidad. A cada instante parecía que le embargara el dolor o la duda, haciéndole más pesados los pasos por andar. Finalmente llegó hasta la puerta de la casa. Era una puerta vieja, casi desvencijada. No era una puerta de esas modernas de seguridad, si no más bien una de esas que puedes encontrar en una antigua y barata pensión.

Era el 2 – B. Justo en el instante en que iba a tocar el timbre, le asaltó la duda sobre que es lo que haría si la madre no se encontraba en casa. Pero la duda fue vaga y casi infructuosa, porque casi al mismo momento de llamar a la puerta, oyó pasos al otro lado del rectángulo de madera.

“...que decir, que hacer... como puedes consolar a alguien cuando su hijo a muerto con once años...”

- Si, Joan... ¿Dónde estabas?...-Dijo Emma, sin ni siquiera mirar quien era. –Oh... vaya, eres tú.

- Emma... –El silencio parecía interminable. –Es Joan, verás... no sé como decirte esto... lo han atropellado... Yo estaba allí.

- ¡Dios Mío! ¿Qué le ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a mi hijo?

- Cre... creo... que está muerto, Emma.

- No. Chillo – No puede ser, estaba en la calle, con la...-No puedo terminar la frase, por la cara del pintor supo que le estaban diciendo la verdad.

- Tienes que venir conmigo, ha sido cerca de aquí.

La pobre mujer, que no era más que una muchacha que había sido obligada a creer prematuramente algunos años atrás, se desmoronó. Se fue deslizando sobre la puerta de caoba barata hasta quedar de rodillas delante de Johann. El consuelo es fútil cuando el dolor es infinito. Emma, la chica a la que Johann había amado algunos meses atrás, poco tiempo después de instalarse en el edificio ahora yacía a sus pies y se veía inútil para aliviar su dolor. Finalmente acabó por arrodillarse junto a ella y abrazarla, porque era la única posibilidad que estaba en su mano.

Solo fueron unos minutos, aunque no llevaba reloj, Johann supuso que había sido así, pero para Emma pasaron horas entre llantos y lágrimas amargas, lágrimas negras. Cuando estuvo ligeramente más calmada, Johann se atrevió a proponerle ir al lugar del accidente. No sabia si era lo que ella necesitaba, pero creía que a pesar del dolor en un futuro sería lo mejor para ella. Alguna vez había oído o leído en algún lugar que cuando alguien pierde a un ser muy querido, necesita verlo muerto, porque si no jamás se acostumbrará a la perdida.

- Deberíamos ir... -No se atrevió a decir más.

- Si. Le contestó ella.

Durante el camino a aquel cruce de calles fatídico, no intercambiaron palabras, ni siquiera fueron corriendo como Johann había hecho el camino de ida. Emma seguía llorando, pero lo hacía como el que hace algo automático, como el que mueve los abrazos acompasando a las piernas al caminar. Las lágrimas caían tímidamente pero sin descanso por su cara. Justo antes de llegar a la calle donde había sucedido todo, ya pudieron contemplar la variedad de luces multicolores que inundaban el entorno. Rojos, para las ambulancias, azules para la policía... ya iba anocheciendo y los rayos del sol se marchaban lentamente.

Detrás de un par de ambulancias y un coche de policía se movía alguna gente, pero sin prisa, solo de acá para allá, intentando asimilar el dolor que es ver, de nuevo, vidas perdidas por la culpa de algún borracho o despistado.

Emma salió corriendo, incluso arrastró a su paso una cinta amarilla de las que coloca la policía para evitar a los morbosos. Johann no fue tras ella, no se sentía ya con fuerzas. Un policía agarró a la madre mientras que de nuevo se hundía. La visión de esa manta metálica que cubría el cuerpo junto a una de las zapatillas del chaval le resultó insoportable. Esa sería la única visión que tendría de la tragedia hasta mucho tiempo después.

- Tranquila, por favor, tranquila... –Intentó consolar el policía. ¿Es usted su madre verdad?

Entre los llantos y gritos de negación, la débil voz de la mujer solo sonó levemente para contestar que sí.

En esa posición, entre los brazos de aquel policía, Emma solo pudo contemplar la chapa que aquel hombre llevaba en su pecho. Sargento Marcos Rivera.

...

Al otro lado de la ciudad, por una calle solitaria de un polígono industrial un coche rojo paraba a la poca sombra que daba ya un olmo. El olmo era grande y la sombra que proyectaba por la mezcla de rayos azulados y la luz de una farola medio estropeada era amenazadora.

La puerta se abrió por la acción de una mano todavía temblorosa.

Continuará...

1 comentario

Marta -

Cada vez mejor... Pocas palabras puedo añadir ya, que no haya dicho.
Ains, que triste puede ser la pérdida de alguien por accidente :(