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CruceDeCaminos

Dejaste Escapar...

Dejaste escapar tu mirada, timidamente entre mis ojos y tus ojos. Te quitaste tus gafas de sol que ocultaban dos focos de luz. Surcos perfectos de brillos tornasolados, iridiscentes marrones y verdes. Tus pestañas descendieron el camino, atravesaron un valle de aire y gas entre los dos. Y yo ya no pude dejar de mirarlos, de contemplar como su luz se confundía con la de la luna y su brillo con el de las estrellas.

Dejaste escapar tu sonrisa, locuazmente entre mi boca y tu boca. Abriste tus labios completamente, haste renunciar a volver a cerrarlos, para permitir que un halo eterno saliera de ellos. Porque tu sonrisa es abstracta e indefinida, como todas, porque nadie puede decir que es, más que un gesto brillante que se escapa de quien amamos. Y yo ya no pude dejar de mirarla, de contemplar como tu labio inferior era mordido ligeramente mientras la esbozabas, mientras robabas mis labios para llevarlos a los tuyos.

Dejaste escapar tu pelo, ondulante entre tu cabeza y la mía. Lo dejaste caer sobre tus hombros, gracilmente, construyendo castillos de rizos y etéreos reflejos. Rellenaste de hoquedades el aire, con olor a cerezas y moras maduras y color a corteza de árbol. Y a veces el aire lo movía y lo destruía, le daba un nuevo aspecto y lo volvía a derribar, solo para que yo pudiera contemplarlo y admirar su efímera realidad, porque yo ya no pude dejar de mirarlo.

Como tampoco pude dejar de mirar tu piel, que dejaste escapar a las luces y sombras que el sol proyectaba en ella. Marmólea, brillante y casi translucida, cualquier estudiante de historia del arte se habría enamorado de ella, como tantos se enamoran de la Venus de Milo. La acaricié y la absorví con la yema de mis dedos, notando cada pliegue minisculo, cada imperfección perfecta.

Y yo ya no pude dejar de tocarte.

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