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Balas atravesando mi Piel (Capitulo 2)

Balas atravesando mi Piel (Capitulo 2)

5 de Junio de 2003, algún lugar cercano a Nasiriya...


Ayer no pude escribir, no es irónico, tanto tiempo para no hacer nada y no soy capaz de escribir un par de líneas en este diario.

Me estoy fumando un cigarrillo ahora, antes de alistarme en el Ejército no fumaba, pero ya en la Academia comencé a hacerlo y ahora fumo uno tras otro. Aquí no tenemos hierba, pero algunos de los chicos se morirían por un par de caladas. Quizás si lográramos suficientes peticiones nos lo mandarían desde América junto a los cigarrillos, las cervezas y las hamburguesas para hacernos sentir como en casa.

Estas palabras me suenan extrañas, como en casa… cuando estaba en mi barrio, no me parecía mi casa. No soy un tirado, ni un chico de la calle como muchos de los negros que hay aquí, que se han convertido en mis hermanos ya. No soy nada de eso y tampoco soy un disciplinado oficial de West Point, solo un muchacho de veinte años perdido, sin familia, y que decidió hacer esto como podía haberse marchado a Los Ángeles para ser actor.

La diferencia es que no sé lo que hago aquí, más allá de la tormenta de acontecimientos que me han sacudido desde que el pasado mes de Octubre decidí alistarme por un par de años, para conocer mundo y defender a mi país. Un país que nunca me ha dado demasiado.

Dicen que la guerra terminó y puede que sea cierto, puede que ni siquiera llegara a empezar. Cargábamos con cascos de kevlar y mascaras antigás y ni siquiera nos dispararon una bala, solo veía caras indiferentes cuando pasábamos, montados en Humvees, por Basora.

Cada día que pasa, la señora tubería se va convirtiendo en una más de nosotros. Muchos bromean sobre ella e incluso algunos ya la han puesto un nombre, la señorita Tubby Chenney.

Ayer, uno de los chicos, se sentó sobre ella al medio día y se quemó el culo. A esas horas podría estar a setenta grados por el sol. Entonces todos empezaron a hacer bromas hasta que uno le dijo que a la Señorita Tubby no le gustaba que un negro pusiera su culo sobre ella, ya que era una refinada muchacha sureña. Entonces comenzó una pelea que acabó con el bocazas con cuatro puntos en la frente y con el soldado negro durmiendo boca arriba toda la noche.

Las horas pasan muertas. Y yo sigo mirando cada atardecer deseando volver  a casa. Una casa que no sé donde está.

J.L.V. 

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