Hoy, hace un Año (1ª Parte)
Hoy, hace un año, me despertaba, sobre las diez de la mañana, y encendía el teléfono móvil. Estaba en Madrid, había ido a ver el partido del Real Madrid contra el Bayern de Munich.
Ni un solo segundo tardó mi móvil en en sonar. Era mi madre.
En su voz, un ligero suspiro. Una pregunta y unas cuantas explicaciones. Ha habido un atentado en Atocha, suponíamos que no debíais estar allí, pero por estar tranquilos os llamamos. Os llamamos, nos llamaron con miedo, todos mis tíos, que también viven en Madrid, mi abuela, mi hermana, mi padre...
Así, entre sueños, sin lavarme la cara, me enteré del dolor... y no tenía miedo, no sabía lo que había pasado muy bien, hasta que no encendí la televisión, aunque sería más cierto decir que no enteré de verdad hasta esa tarde, mucho tiempo después.
Lo primero que le pregunté a mi madre era si sabían algo del novio de mi prima. Él vive en Alcalá y coje esos trenes para ir a trabajar todos los días... por suerte, ese día tenía que ir a otro sitio, no a su oficina y sabían que no lo tenía que coger. Eso es la fortuna, que tu jefe, al que a lo mejor odias, te mande a un trabajo que no tienes muchas ganas de hacer y que quizás te salve la vida o te la quite, con solo ese gesto.
En seguida desperté a mi hermano, le conté lo que pasaba y nos vestimos rápido para salir al aeropuerto cuanto antes. Todo el mundo nos decía lo mismo, probablemente haya controles o sea díficil llegar o se cancelen vuelos. Pasamos por casa de mi abuela a despedirnos y en seguida subimos a coger el Metro. No iba mucha gente pero la mayoría iban callados. También había estudiantes que volvían de la Universidad. Recuerdo a dos chicos y una chica comentar sobre una compañera que vivía en la zona y cogía esos trenes, que no sabían nada de ella, que no había aparecido hoy. Su voz era serena, como intentando no darle importancia, como intentando no pensar en lo peor. Recuerdo haber escuchado su conversación indiscretamente y desear que esa chica que no conocía, de la que no sabía su nombre, estuviera bien.
Llegamos al aeropuerto, todo estaba en una calma tensa, como dicen los marinos que está el mar antes de comenzar una tormenta. Había silencios y poca gente, el aeropuerto no era bullicioso como siempre, sino una especie de lugar para almas doloridas sin un sitio muy claro ni un hogar donde refugiarse, que se ven abocados a viajar sin más dilación.
Comimos algo allí, nuestro avión no despegaba hasta las tres y media de la tarde. En la mesa de al lado, estaba Carlos Nuñez, junto a su hermano. Es un gran artista, tengo todos sus discos, pero hubiera sido absolutamente vergonzoso pedirle un autógrafo en un momento y un sitio como ese. El también tenía esa mirada, la mirada de ese día.
Durante ese tiempo no hablamos mucho ni mi hermano ni yo, y sobre lo que hablamos tenía mucho más que ver con lo que estaba pasando en despachos, que con lo que sucedía en la calle. Eso lo contaré mañana.
El avión salió en hora y a las cinco más o menos estaba recogiendo mis cosas en mi piso de Málaga y volviendo a mi hogar, a estar con los que quiero. A esas alturas de la tarde, empezaba a tener claro lo que había pasado y solo quería meterme en los brazos de alguien y no pensar ni hacer nada.
Iba conduciendo mi coche, normalmente escuchó música, cualquier tipo de música, pero ese día escuchaba la radio de verdad, escuchaba La Ventana y como Gemma Nierga hacía su programa desde la casa de un compañero en la Calle Tellez. El momento en el que me dí cuenta del dolor, de lo que suponía aquello, de que no podía hacer nada para no sentirlo, fue cuando contaba Gemma Nierga en la radio como estaban sacando de uno de los trenes un cochecito de bebe. En ese momento, me puse a llorar y no deje de hacerlo hasta que llegué a casa.
En mi casa estaba mi madre y mi hermana. Dejé las maletas y me tumbé en el regazo de mi hermana. Y me quedé callado. Y ya no recuerdo más de ese día. El resto no tenía importancia. Solo pensaba en ese carrito de bebe.
Carlos D. Redondo.
Ni un solo segundo tardó mi móvil en en sonar. Era mi madre.
En su voz, un ligero suspiro. Una pregunta y unas cuantas explicaciones. Ha habido un atentado en Atocha, suponíamos que no debíais estar allí, pero por estar tranquilos os llamamos. Os llamamos, nos llamaron con miedo, todos mis tíos, que también viven en Madrid, mi abuela, mi hermana, mi padre...
Así, entre sueños, sin lavarme la cara, me enteré del dolor... y no tenía miedo, no sabía lo que había pasado muy bien, hasta que no encendí la televisión, aunque sería más cierto decir que no enteré de verdad hasta esa tarde, mucho tiempo después.
Lo primero que le pregunté a mi madre era si sabían algo del novio de mi prima. Él vive en Alcalá y coje esos trenes para ir a trabajar todos los días... por suerte, ese día tenía que ir a otro sitio, no a su oficina y sabían que no lo tenía que coger. Eso es la fortuna, que tu jefe, al que a lo mejor odias, te mande a un trabajo que no tienes muchas ganas de hacer y que quizás te salve la vida o te la quite, con solo ese gesto.
En seguida desperté a mi hermano, le conté lo que pasaba y nos vestimos rápido para salir al aeropuerto cuanto antes. Todo el mundo nos decía lo mismo, probablemente haya controles o sea díficil llegar o se cancelen vuelos. Pasamos por casa de mi abuela a despedirnos y en seguida subimos a coger el Metro. No iba mucha gente pero la mayoría iban callados. También había estudiantes que volvían de la Universidad. Recuerdo a dos chicos y una chica comentar sobre una compañera que vivía en la zona y cogía esos trenes, que no sabían nada de ella, que no había aparecido hoy. Su voz era serena, como intentando no darle importancia, como intentando no pensar en lo peor. Recuerdo haber escuchado su conversación indiscretamente y desear que esa chica que no conocía, de la que no sabía su nombre, estuviera bien.
Llegamos al aeropuerto, todo estaba en una calma tensa, como dicen los marinos que está el mar antes de comenzar una tormenta. Había silencios y poca gente, el aeropuerto no era bullicioso como siempre, sino una especie de lugar para almas doloridas sin un sitio muy claro ni un hogar donde refugiarse, que se ven abocados a viajar sin más dilación.
Comimos algo allí, nuestro avión no despegaba hasta las tres y media de la tarde. En la mesa de al lado, estaba Carlos Nuñez, junto a su hermano. Es un gran artista, tengo todos sus discos, pero hubiera sido absolutamente vergonzoso pedirle un autógrafo en un momento y un sitio como ese. El también tenía esa mirada, la mirada de ese día.
Durante ese tiempo no hablamos mucho ni mi hermano ni yo, y sobre lo que hablamos tenía mucho más que ver con lo que estaba pasando en despachos, que con lo que sucedía en la calle. Eso lo contaré mañana.
El avión salió en hora y a las cinco más o menos estaba recogiendo mis cosas en mi piso de Málaga y volviendo a mi hogar, a estar con los que quiero. A esas alturas de la tarde, empezaba a tener claro lo que había pasado y solo quería meterme en los brazos de alguien y no pensar ni hacer nada.
Iba conduciendo mi coche, normalmente escuchó música, cualquier tipo de música, pero ese día escuchaba la radio de verdad, escuchaba La Ventana y como Gemma Nierga hacía su programa desde la casa de un compañero en la Calle Tellez. El momento en el que me dí cuenta del dolor, de lo que suponía aquello, de que no podía hacer nada para no sentirlo, fue cuando contaba Gemma Nierga en la radio como estaban sacando de uno de los trenes un cochecito de bebe. En ese momento, me puse a llorar y no deje de hacerlo hasta que llegué a casa.
En mi casa estaba mi madre y mi hermana. Dejé las maletas y me tumbé en el regazo de mi hermana. Y me quedé callado. Y ya no recuerdo más de ese día. El resto no tenía importancia. Solo pensaba en ese carrito de bebe.
Carlos D. Redondo.
1 comentario
Enelcamino -
Ojalá NUNCA se repita algo así.
Besos