Hora CUATRO, en el cuarto día. Elena + Alberto
Elena + Alberto.
Aquí estoy, en la ventana otra vez. Me estoy obsesionando y lo peor es que ella se va a dar cuenta. Piensa, mañana te vas a otra casa y no la vas a ver más. Así te la quitarás de la cabeza. No, mierda. No la voy a ver más a partir de mañana. Deberías hacer algo. No, no deberías hacer nada. Déjalo estar. No la vas a ver más, a partir de mañana no la vas a ver más.
Mírala.
Su piel tostada como café amargo, estaba empezando a volver loco a Alberto. De nuevo estaba observándola a través de las rendijas de su ventana. Abrió un cajón, el único cajón que contenía ya algo de su mesa, y sacó aquella carpeta marrón.
Era una de esas carpetas sin elásticos, cerrada por un cordón a una pequeña solapa redonda. Con suavidad la abrió y observó una vez más a aquella niña tímidamente tumbada sobre el césped del jardín. Paso sus dedos sobre el carbón, notando la textura gris del lápiz sobre el papel. Siguió con su dedo todos los trazos, trazos que se sabía de memoria de tanto repetirlo.
Tengo que darle el retrato. Si me pienso marchar y olvidarla, este dibujo no puede acompañarme.
Alberto se levantó y bajo las escaleras. Ni siquiera llevaba bañador, solo unas bermudas negras y una camiseta blanca estampada, con motivos surferos. Cruzó la puerta de la cocina y con un paso tímido se dirigió a la tumbona donde la chica tomaba el sol.
Dios, como me duele la tripa. Tranquilízate.
- Elena.
La muchacha se incorporó ligeramente y miró por encima de sus gafas de sol.
- Alberto, ¿Cómo estás? Cuanto tiempo sin vernos.
- Eh...
- Últimamente no vienes mucho a la piscina, ¿No?
- Bueno, la verdad es que no. No me gusta ya tanto bañarme.
- Me ha dicho tu madre que os mudáis. Ahora que yo he vuelto, tú te marchas.
- Jeje... si es así. Por eso quería verte. La voz del muchacho apenas se escuchaba. Veras, quería darte esto.-Y le alargó la carpeta.
- Oh, vaya, gracias... ¿te importa que lo abra ahora?
- Bueno... pero ella ya lo estaba contemplando.
- Dios mío, Alberto. Aún lo conservas. Es precioso. Fíjate, entonces era una niña. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Tres, cuatro años?
- No, en realidad no hace tanto. Lo dibuje el día antes de que te marcharas. ¿No lo recuerdas?
- Es cierto. No lo recordaba, han pasado tantas cosas.
Alberto en algún momento de la conversación se sintió liberado. Noto como si de repente pudiera echar a volar. Por primera vez desde que Elena había vuelto, Alberto tuvo seguridad para decirle algo más que hola o adiós. Y en un solo segundo, paso de la seguridad a la valentía y de la valentía a dejarse llevar.
- ¿Quieres que vayamos a dar un paseo? ¿Podríamos ir por detrás de la urbanización, al Árbol viejo?
Elena vaciló un instante. Por un momento, lo que fueron segundos se convirtieron en horas para ambos. Un torrente de imágenes de su infancia recorrió a ambos. Elena se vio a si misma subiéndose a ese árbol tan remoto en su memoria. Alberto se vio esperándola en su bicicleta a que ella le alcanzara.
El socorrista de la piscina mira a ese par de chicos. Ella es guapísima, tiene el pelo largo, ya ha hablado con ella un par de veces. Sin embargo, al chico delgaducho no lo conoce mucho, tiene pinta de ser de esos que se pasan las horas muertas al ordenador. Aún le quedan un par de horas allí, hay veces que este trabajo se hace eterno. Mira el reloj, están a punto de dar las cinco.
Si.
Aquí estoy, en la ventana otra vez. Me estoy obsesionando y lo peor es que ella se va a dar cuenta. Piensa, mañana te vas a otra casa y no la vas a ver más. Así te la quitarás de la cabeza. No, mierda. No la voy a ver más a partir de mañana. Deberías hacer algo. No, no deberías hacer nada. Déjalo estar. No la vas a ver más, a partir de mañana no la vas a ver más.
Mírala.
Su piel tostada como café amargo, estaba empezando a volver loco a Alberto. De nuevo estaba observándola a través de las rendijas de su ventana. Abrió un cajón, el único cajón que contenía ya algo de su mesa, y sacó aquella carpeta marrón.
Era una de esas carpetas sin elásticos, cerrada por un cordón a una pequeña solapa redonda. Con suavidad la abrió y observó una vez más a aquella niña tímidamente tumbada sobre el césped del jardín. Paso sus dedos sobre el carbón, notando la textura gris del lápiz sobre el papel. Siguió con su dedo todos los trazos, trazos que se sabía de memoria de tanto repetirlo.
Tengo que darle el retrato. Si me pienso marchar y olvidarla, este dibujo no puede acompañarme.
Alberto se levantó y bajo las escaleras. Ni siquiera llevaba bañador, solo unas bermudas negras y una camiseta blanca estampada, con motivos surferos. Cruzó la puerta de la cocina y con un paso tímido se dirigió a la tumbona donde la chica tomaba el sol.
Dios, como me duele la tripa. Tranquilízate.
- Elena.
La muchacha se incorporó ligeramente y miró por encima de sus gafas de sol.
- Alberto, ¿Cómo estás? Cuanto tiempo sin vernos.
- Eh...
- Últimamente no vienes mucho a la piscina, ¿No?
- Bueno, la verdad es que no. No me gusta ya tanto bañarme.
- Me ha dicho tu madre que os mudáis. Ahora que yo he vuelto, tú te marchas.
- Jeje... si es así. Por eso quería verte. La voz del muchacho apenas se escuchaba. Veras, quería darte esto.-Y le alargó la carpeta.
- Oh, vaya, gracias... ¿te importa que lo abra ahora?
- Bueno... pero ella ya lo estaba contemplando.
- Dios mío, Alberto. Aún lo conservas. Es precioso. Fíjate, entonces era una niña. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Tres, cuatro años?
- No, en realidad no hace tanto. Lo dibuje el día antes de que te marcharas. ¿No lo recuerdas?
- Es cierto. No lo recordaba, han pasado tantas cosas.
Alberto en algún momento de la conversación se sintió liberado. Noto como si de repente pudiera echar a volar. Por primera vez desde que Elena había vuelto, Alberto tuvo seguridad para decirle algo más que hola o adiós. Y en un solo segundo, paso de la seguridad a la valentía y de la valentía a dejarse llevar.
- ¿Quieres que vayamos a dar un paseo? ¿Podríamos ir por detrás de la urbanización, al Árbol viejo?
Elena vaciló un instante. Por un momento, lo que fueron segundos se convirtieron en horas para ambos. Un torrente de imágenes de su infancia recorrió a ambos. Elena se vio a si misma subiéndose a ese árbol tan remoto en su memoria. Alberto se vio esperándola en su bicicleta a que ella le alcanzara.
El socorrista de la piscina mira a ese par de chicos. Ella es guapísima, tiene el pelo largo, ya ha hablado con ella un par de veces. Sin embargo, al chico delgaducho no lo conoce mucho, tiene pinta de ser de esos que se pasan las horas muertas al ordenador. Aún le quedan un par de horas allí, hay veces que este trabajo se hace eterno. Mira el reloj, están a punto de dar las cinco.
Si.
4 comentarios
El fugitivo -
Rut -
susana -
Marta -
Me ha encantado, que natural la chiquilla, no? Y eso que es morena de ojos verdes, que si no... :P
Besos