La Princesa Perdida Y El Dragón. El Comienzo
Lagaan apenas acaba de escapar de su infancia cuando conoció por primera vez a Musa. Se encontraron a las orillas de un lago en las lejanas Tierras de Näirie. Lagaan escribía poemas y cantaba aunque no era lo que se podía llamar un trovador todavía. Cuando conoció a la joven, no era más que un aprendiz de escudero. Su padre lo había vendido al Caballero Sir Yessarleng, cuando apenas tenía ocho años.
Lagaan cepillaba las crines al caballo del caballero, mojando su cepillo de cerdas en el agua del lago. El caballo era uno de esos caballos que tiene nombre, aunque el suyo no fuera tan famoso como los de Brego o Sombragrís. A pesar de que no era un Meara, era salvaje como estos y rápido como si su cabalgar lo constituyeran las alas de un halcón. Era negro por entero, salvo la sola excepción de un lucero en el centro de su cara. El chico era uno de los pocos por los que se dejaba acariciar e incluso era arisco con su dueño, que solo lo utilizaba en las justas o en las batallas más necesarias, porque el caballo solo se dejaba montar por el si la causa era noble, y estas eran las menos, puesto que Sir Yessarleng, era más un mercenario que un verdadero caballero.
Mientras que acicalaba al caballo, Lagaan se sorprendió al ver a lo lejos el cuerpo de una mujer desnuda en el lago. Era tan bella como la puesta de sol y su pelo, aunque corto como el de un joven, resplandecía entre los reflejos del agua. Para Lagaan era la primera vez que veía el cuerpo de una mujer en todo su esplendor. Cualquier podría decir que el muchacho se había enamorado, pero en realidad, lo que sintió desde aquel momento fue la devoción hacía aquella belleza traída por algún Dios lejano.
...
La joven era claramente de otro lugar, su pelo era rubio y su piel glauca como las flores de azahar. Su cuerpo era fibroso y delgado aunque de cualquier manera bello. En seguida se dio cuenta de que la observaban y rápidamente se zambullo desapareciendo de la vista de aquel escudero que la miraba desde la otra orilla. Se deslizo bajo el agua con rapidez y salio del agua furtivamente para vestirse con sus ropas de chico. A la vista de cualquiera que no lo hubiera hecho un momento antes, se transformo en otra persona, un joven igualmente rubio y delgado, barbilampiño.
Se puso una especie de mascara que la cubría la parte inferior de su cara y se acerco al escudero con su arco en guardia.
El muchacho se sorprendió de verla allí, atacándole pero estaba indefenso. Para sus ojos aquello no era más que un disfraz, para otra mucha gente, habrá sido su aspecto común.
- He de matarte, conoces mi secreto y no puedo tener piedad contigo.-Le dijo.
- No, estoy indefenso y además si lo haces mi Caballero que es mi dueño, te perseguirá hasta que le pagas la deuda o te mate.
- Me da igual, mucho e recorrido, hasta llegar aquí y no puede perderse todo ahora.
- Te juro que no contaré tu secreto a nadie.
Pero algo los interrumpió. Era Sir Yessarleng, vestido con una gran túnica negra y bajo ella una coraza de un metal oscuro.
- ¿Qué secreto? ¿Que ocurre aquí?
- Silencio u os mataré a ambos.
- Tu no vas a matar a nadie muchacho.- Dijo el Caballero mientras que desenvainaba su espada.
La chica habló, con una voz ronca y segura.
- Si da un paso más le atravesaré la garganta con mi flecha, se quien es y lo que hace, Sir Yessarleng.-
Evidentemente la fama le precedía y en algunas zonas se le conocía al Caballero abundantemente. En algunos lugares le llamaban Espina de Dragón, o el Caballero Mercúreo. Para él, aquella situación no era nueva, muchas veces se había tenido que enfrentar a jóvenes aspirantes a Caballero que le asaltaban en caminos para quedarse con sus armas o sus caballos. Incluso el había llegado a Caballero de esa misma manera.
Sir Yessarleng entonces decidió avanzar y acabar pronto con aquel novato, puesto que carecía de los más mínimos escrúpulos y no contemplaba ni siquiera dejarlo marchar, como ocurría muchas veces con estos aspirantes al sufrir el efecto del miedo. La espada de Sir Yessarleng no era nunca limpiada y la sola imagen de sus filos bañados de la sangre de mil batallas y miles de enemigos abatidos, hacía temblar a muchos de sus contrincantes.
Pero la muchacha no se achantó... y cuando este dio su segundo paso hacía la roca donde ella se hallaba subida, le disparó una flecha certera a su yugular. El Caballero entonces, movió rápidamente su espada y la partió por la misma mitad, al tiempo que daba un salto y se lanzaba a por la arquera. Ella lanzó su arco a un lado y dando un salto y una pirueta en el aire, saco una daga de su bota y pasó por encima de Sir Yessarleng. Cuando este intento clavar la espada en su enemigo, solo abatió al aire y se encontró con un intenso dolor en su espalda. Lo habían abatido y él lo sabía.
- Maldito.- Y con esa palabra, un filo rojo recorrió su espalda y su túnica, que no llevaba protegida, porque se jactaba de nunca jamás le daba la espalda al enemigo. Tanta gloria y riquezas conseguidas para morir de esa manera innoble, eso fue lo último que le paso por su cabeza.
...
Lagaan contemplaba atenazado y esperando a ser el próximo, pero no fue así. La joven mujer se quitó la mascara y le dijo una palabras.
- Eres libre, pero a partir de ahora, deberás guardar mi secreto, puesto que de no ser así te buscaré y te mataré.
- Si no le importa deseo ser su escudero, mi nombre es Lagaan.- Dijo el chico arrobado por la belleza de los ojos de ella.
- Esta bien, pero de igual manera tendrás que hacerlo. Mi nombre es Musa pero a ojos de los demás tendrás que presentarme como Sir Masur, un Caballero venido de las lejanas Tierras de Destino.
Lagaan juró su lealtad y a partir de aquel día comenzó a acompañarla a todos los lugares donde se iba ganando el respeto y la fortaleza de ser un Caballero valeroso y con gran destreza en la lucha cuerpo a cuerpo, ganando numerosas fustas. Hasta que ambos se decidieron embarcar en un viaje hasta donde se hallaba la capital del Reino, en la Isla del Rey Nahasemapi.
Pero esa es otra historia que a de ser contada otro día...
Lagaan cepillaba las crines al caballo del caballero, mojando su cepillo de cerdas en el agua del lago. El caballo era uno de esos caballos que tiene nombre, aunque el suyo no fuera tan famoso como los de Brego o Sombragrís. A pesar de que no era un Meara, era salvaje como estos y rápido como si su cabalgar lo constituyeran las alas de un halcón. Era negro por entero, salvo la sola excepción de un lucero en el centro de su cara. El chico era uno de los pocos por los que se dejaba acariciar e incluso era arisco con su dueño, que solo lo utilizaba en las justas o en las batallas más necesarias, porque el caballo solo se dejaba montar por el si la causa era noble, y estas eran las menos, puesto que Sir Yessarleng, era más un mercenario que un verdadero caballero.
Mientras que acicalaba al caballo, Lagaan se sorprendió al ver a lo lejos el cuerpo de una mujer desnuda en el lago. Era tan bella como la puesta de sol y su pelo, aunque corto como el de un joven, resplandecía entre los reflejos del agua. Para Lagaan era la primera vez que veía el cuerpo de una mujer en todo su esplendor. Cualquier podría decir que el muchacho se había enamorado, pero en realidad, lo que sintió desde aquel momento fue la devoción hacía aquella belleza traída por algún Dios lejano.
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La joven era claramente de otro lugar, su pelo era rubio y su piel glauca como las flores de azahar. Su cuerpo era fibroso y delgado aunque de cualquier manera bello. En seguida se dio cuenta de que la observaban y rápidamente se zambullo desapareciendo de la vista de aquel escudero que la miraba desde la otra orilla. Se deslizo bajo el agua con rapidez y salio del agua furtivamente para vestirse con sus ropas de chico. A la vista de cualquiera que no lo hubiera hecho un momento antes, se transformo en otra persona, un joven igualmente rubio y delgado, barbilampiño.
Se puso una especie de mascara que la cubría la parte inferior de su cara y se acerco al escudero con su arco en guardia.
El muchacho se sorprendió de verla allí, atacándole pero estaba indefenso. Para sus ojos aquello no era más que un disfraz, para otra mucha gente, habrá sido su aspecto común.
- He de matarte, conoces mi secreto y no puedo tener piedad contigo.-Le dijo.
- No, estoy indefenso y además si lo haces mi Caballero que es mi dueño, te perseguirá hasta que le pagas la deuda o te mate.
- Me da igual, mucho e recorrido, hasta llegar aquí y no puede perderse todo ahora.
- Te juro que no contaré tu secreto a nadie.
Pero algo los interrumpió. Era Sir Yessarleng, vestido con una gran túnica negra y bajo ella una coraza de un metal oscuro.
- ¿Qué secreto? ¿Que ocurre aquí?
- Silencio u os mataré a ambos.
- Tu no vas a matar a nadie muchacho.- Dijo el Caballero mientras que desenvainaba su espada.
La chica habló, con una voz ronca y segura.
- Si da un paso más le atravesaré la garganta con mi flecha, se quien es y lo que hace, Sir Yessarleng.-
Evidentemente la fama le precedía y en algunas zonas se le conocía al Caballero abundantemente. En algunos lugares le llamaban Espina de Dragón, o el Caballero Mercúreo. Para él, aquella situación no era nueva, muchas veces se había tenido que enfrentar a jóvenes aspirantes a Caballero que le asaltaban en caminos para quedarse con sus armas o sus caballos. Incluso el había llegado a Caballero de esa misma manera.
Sir Yessarleng entonces decidió avanzar y acabar pronto con aquel novato, puesto que carecía de los más mínimos escrúpulos y no contemplaba ni siquiera dejarlo marchar, como ocurría muchas veces con estos aspirantes al sufrir el efecto del miedo. La espada de Sir Yessarleng no era nunca limpiada y la sola imagen de sus filos bañados de la sangre de mil batallas y miles de enemigos abatidos, hacía temblar a muchos de sus contrincantes.
Pero la muchacha no se achantó... y cuando este dio su segundo paso hacía la roca donde ella se hallaba subida, le disparó una flecha certera a su yugular. El Caballero entonces, movió rápidamente su espada y la partió por la misma mitad, al tiempo que daba un salto y se lanzaba a por la arquera. Ella lanzó su arco a un lado y dando un salto y una pirueta en el aire, saco una daga de su bota y pasó por encima de Sir Yessarleng. Cuando este intento clavar la espada en su enemigo, solo abatió al aire y se encontró con un intenso dolor en su espalda. Lo habían abatido y él lo sabía.
- Maldito.- Y con esa palabra, un filo rojo recorrió su espalda y su túnica, que no llevaba protegida, porque se jactaba de nunca jamás le daba la espalda al enemigo. Tanta gloria y riquezas conseguidas para morir de esa manera innoble, eso fue lo último que le paso por su cabeza.
...
Lagaan contemplaba atenazado y esperando a ser el próximo, pero no fue así. La joven mujer se quitó la mascara y le dijo una palabras.
- Eres libre, pero a partir de ahora, deberás guardar mi secreto, puesto que de no ser así te buscaré y te mataré.
- Si no le importa deseo ser su escudero, mi nombre es Lagaan.- Dijo el chico arrobado por la belleza de los ojos de ella.
- Esta bien, pero de igual manera tendrás que hacerlo. Mi nombre es Musa pero a ojos de los demás tendrás que presentarme como Sir Masur, un Caballero venido de las lejanas Tierras de Destino.
Lagaan juró su lealtad y a partir de aquel día comenzó a acompañarla a todos los lugares donde se iba ganando el respeto y la fortaleza de ser un Caballero valeroso y con gran destreza en la lucha cuerpo a cuerpo, ganando numerosas fustas. Hasta que ambos se decidieron embarcar en un viaje hasta donde se hallaba la capital del Reino, en la Isla del Rey Nahasemapi.
Pero esa es otra historia que a de ser contada otro día...
3 comentarios
hechi -
El fugitivo -
Carlos -
En ella también podreís encontrar mi final, para su historia.