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EN LOS ÚLTIMOS CUATRO AÑOS (II)...

Finalmente, los que clamaban venganza convencieron a los que querían respuestas que había que ir a la guerra. Aquellos árabes barbudos que no dejaban a sus mujeres ni mostrar las yemas de los dedos, nos parecieron lo suficientemente culpables para pagar nuestros muertos, eran civilmente deleznables.

Solo era el primer peldaño de una escalera que nos llevará al infierno.

Barrimos aquel país infinitamente pobre donde las ideas más peligrosas habían logrado anidar después de más de treinta años de guerras. Dadles armas, dadles dinero, entrenadlos; hay que devolverle a los Soviets lo de Vietnam. Pero la Perestroika hizo que nos olvidáramos de ellos también. El enemigo había caído, los peones más pobres podían hacer lo que quisieran en su país lejano, destruido y hambriento.

De nuevo, una vez barridos, condenado y encarcelados sin juicio en un remoto paraíso caribeño, decidimos dejarlos a su suerte. Solo que esta vez con buenas maneras, nunca el nombramiento de un “alcalde” de Kabul tuvo tanta audiencia, ni tanto folklore.

Era evidente que todo aquello sirvió de poco para los que allí vivían aunque bastante para la conciencia de los que vivimos aquí.

Los que querían venganza, la obtuvieron.

Los que querían respuestas, recibieron mentiras tranquilizadoras.

Los de siempre, los que quieren el dinero, se lo llevaron.

La maquinaria estaba en marcha. El pequeño sueño de un individuo por completar el trabajo de su padre y las ansias egoístas de algunas multinacionales fueron mayores que la opinión mundial. Dijeron guerra contra el terror, deber hacía nuestros muertos. Apelaron a los más bajos sentimientos para embarcarnos de nuevo.

Ahora, la mayoría no nos dejábamos arrastrar aunque siempre ha habido locos más locos que el loco que los lidera. No importaron los motivos ni las causas, las mentiras ni las verdades. No importó lo que quería la mayoría, de nuevo asestaban un golpe a la máxima democrática. El objetivo de conseguir unos beneficios de color negro para unos pocos era mayor que el sentido común de muchos otros.

Es y era la recompensa de los 300 millones de dólares, será la recompensa para los 300 millones de la reelección del peón.
Desde agosto de 2003, las empresas americanas y de otros países de la coalición están robando el petróleo de Irak. Robando a un pueblo la única riqueza que cuentan para salir de la miseria.

Aunque los pingues beneficios de una guerra no son solo estos. El gasto militar se ha disparado hasta llevar el déficit de Estados Unidos en este curso fiscal a los 500 millones de dólares. Paga trescientos y recibirás tres mil a cambio. La industria del armamento, la segunda más importante de ese país, vive sus momentos más dulces desde el fin de la Guerra Fría y la escalada armamentística, dentro de poco empezaran a presentar nuevos cazas tan sofisticados que costarán 50 millones de dólares la unidad, que naturalmente se compraran para combatir a un enemigo difuso.

Además, otras empresas menos infectas moralmente también aprovechan el momento. Reciben provechosos recortes fiscales a través de la cortina de humo que representa una guerra, o bien se ocupan de la labor humanitaria de reconstruir el país. Contratos multimillonarios para construir dios-sabe-qué, otorgados a dedo desde la Casa Blanca.

El vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney fue, hasta su elección, presidente de la mayor empresa constructora de aquel país, Halliburton. Actualmente, esta empresa ha recibido los mayores contratos de “reconstrucción” de Irak. Una reconstrucción que en cualquier caso no es más que un eufemismo para denominar la construcción de instalaciones y recursos para la extracción de más crudo. ¿Dónde están los colegios?¿Donde los hospitales?

Mientras, la guerra se ha tornado en un Vietnam desértico donde civiles sufren los golpes de un fundamentalismo islámico que ha prosperado en el país desde el derrocamiento del dictador. Han muerto setecientos norteamericanos, desde el comienzo de la guerra hasta el 19 de abril de 2004; probablemente unas mil personas de países procedentes de la coalición. Del otro lado, han muerto veinte o treinta veces más de iraquíes civiles, solo desde el fin de la guerra, estos no son solo números colaterales de las bombas de racimo.

De nuevo pagamos nuestra comodidad con unas pocas vidas humanas. Somos golpeados por atentados aquí y allá que acaparan nuestra atención, nuestras lágrimas y nuestras preocupaciones. Tenemos todo el deber de hacerlo, además de toda la necesidad. Pero ha de servirnos para reflexionar y no para fomentar nuestra sed de venganza.

Carlos D. Redondo

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