Blogia
CruceDeCaminos

El Juego de Bito... Sacrificio y Marioneta

Aquí está mi historia para el Juego . Espero que os guste, aunque no sea una historía al uso. Los comentarios son bienvenidos.

 


 

 

Sacrificio y Marioneta. el Juego.

 

 

En la radio del coche sonaba “Last Post on the Bugle” y Mike Doherty chillaba, motivándome a tragar millas, como si de un viejo diablo que llega tarde a su reunión con Satán me tratara. Mi sacrificio era mi peso en la espalda, mi obligación a recorrer aquella distancia, aquel camino que parecía eterno y donde las dos lineas que separaban los carriles parecían unirse en el infinito. Tenía que recorrer aquella carretera y llegar a mi reunión en la cumbre, mi destino, para pagar mis deudas y liberarme de mi sacrificio.


Tres años antes, después de salir de la cárcel, había intentado recuperar una vida normal, alejada del tráfico de armas a “pequeña” escala y de los motivos que me había llevado a acabar mis últimos diez años en ese infierno en vida que son las cárceles americanas. Resulta difícil imaginar como una persona como yo llega a ese mundo, pero llegué quizás porque nunca fui una persona con muchos escrúpulos y que le importaba poco que pasara en el mundo mientras que ganara ingentes cantidades de dinero.


Comencé trabajando para una compañía española de fabricación de armas ligeras. Pistolas, rifles de corto alcance y armas semiautomáticas. Fui alcanzando poder dentro de la empresa y un día, mi Jefe me informo de ciertos asuntos que proporcionaba dinero extra a su empresa. Quería proponerme negocios. Mi empresa no solo construía armas de este tipo, si no que se dedicaba también a la destrucción del material obsoleto del ejercito español. El negocio era sencillo, nosotros les proporcionaba esas armas a la Mafia Rusa de la Costa del Sol, armas que no eran destruidas y ellos a cambio le daban fuertes sumas de dinero a mi jefe.


Pero mi jefe no quería verse implicado tan directamente en esos asuntos. Sencillamente quería un testaferro, alguien que diera la cara o que pudiera quitarle las culpas fácilmente. Así que desde ese momento fui yo quien trataría con los rusos y quien llevaría todas esas gestiones. Pero mi avaricia fue a más a medida que mi ritmo de vida aumentaba y mi vida empeoraba. Necesitaba más y más dinero para coches de lujo, putas, fiestas y drogas.



Así que abandoné la empresa de armas y pasé a formar parte de la misma mafia, manejándome entre asuntos cada vez más turbios y ascendiendo en la escala de poder.



Pero todo lo bueno se termina. En una de las entregas de armas, en Brasil, armas cortas para los guettos y las favelas, me detuvieron por un chivatazo a la policía. Simplemente me vendieron y con ello vendieron mi vida al mejor postor. Acabé en una cárcel brasileña, donde mi vida fue un infierno durante diez años.


A los diez años y después de las gestiones del gobierno español, que creía a pies juntillas en mi libertad, acabé saliendo con veinte años más. Pero tenía una deuda que pagar, un sacrificio que cumplir y del que liberarme.



Durante esos diez años, había sido la marioneta de una banda brasileña. Algunos de los muchachos brasileños que habían detenido junto a mi se ofrecieron a ofrecerme protección mientras que estuviera en la cárcel y a cambio tendría que prestarles ciertos servicios a su banda después. Me libraron de violaciones y palizas aunque a cambio tuve que prostituirme con ellos y ser poco menos que su esclavo. Disfrutaban conmigo allí, disfrutaban teniendo a un Blanquinho, como ellos me llamaban, a su entera disposición. A pesar de todo, si no hubiera hecho todo aquello habría muerto al poco tiempo en una cárcel como aquella.



El último día de mi estancia en la cárcel, me llegó la última orden, debía esperar a tener noticias del jefe de la banda. Ellos se pondrían en contacto conmigo en Brasil o en España, me encontrarían y me harían pagar una moneda más, un último pago por los servicios prestados.



Volví a España y me sentí libre otra vez. Mi mujer había vuelto a casarse, para mantener el ritmo de vida que llevaba conmigo y nunca me dejó volver a ver a mi hija. Encontré un trabajo honrado de camarero, aunque a mi edad, difícil era encontrar nada mejor. Y pasaron tres años, justo hasta hace una semana.


Casualmente, en el bar donde trabajaba en la costa levantina, entró un tipo con un aire decididamente brasileño. Vestía una camiseta de la canarinha con el nombre de Ronaldinho a la espalda, collares de cuentas y el pelo ligeramente a lo afro. Al poco lo reconocí, estaba muy cambiado, pero era uno de los tipos que había estado conmigo en la cárcel. Había salido no mucho después que yo y evidentemente había vuelto al negocio. Parecía irle bien y en una conversación corta, me pasó una tarjeta de un restaurante brasileño de la zona con una cita para el día siguiente.


Durante muchos meses después de volver de Brasil, siempre pensé que llegaría este momento, pero con el tiempo fui bajando la guardia hasta que llegó un punto en el que estaba seguro de que toda esa mierda no volvería. Ni siquiera tenía cuarenta años e iba a tener que volver a cometer un crimen más. Había pasado el tiempo pero me seguía sintiendo una vieja marioneta que era manejada por un viejo mafioso brasileño desde alguna chabola de Río, que era manejada por un destino amargo y que yo mismo me había buscado, que era manejada por las deudas que todavía tenía que pagar, que era manejada por todos excepto por mi mismo.



Hace seis días recibí el encargo. Fue entre platos de carne a la brasa y arroces de inspiración caribeña, entre algún combinado de más y recordando historias de la cárcel. Al final de la cena, ya esperaba lo que vendría después. Cuando salíamos del restaurante, Roberto, que era como se llamaba mi antiguo protector, me dijo que quería enseñarme mi nuevo coche. Yo le miré sorprendido, porque no entendía nada. Si, me repitió, este va a ser tu nuevo coche y me encontré con un magnifico Mercedes deportivo.



Toma las llaves, me dijo. Y acto seguido se fue caminando como si nada. Yo comenzaba a pensar que todo era una broma, pero entré y sobre el asiento del copiloto, había un sobre grande y marrón. Pesaba bastante y al tacto parecía que dentro contuviera una pistola. No moví el coche, simplemente volví a salir y fui andando hasta a casa, no quería que me vieran en aquel coche. Si tenía que utilizarlo para algo, lo mejor era que me vieran lo menos posible en él. Esperé a abrir el sobre hasta llegar a mi viejo y pequeño apartamento, que estaba junto al puerto.



Llegué a casa y me puse un vaso de Ron con hielo. Sabía que si abría ese sobre, mi destino se cerraría, se completaría mi sacrificio y puede que cortara, de una vez por todas, los hilos que me unían a mi vida anterior. Pero por otro lado, tenía miedo de lo que hubiera en él y la conclusión que me pidieran mis viejos amigos brasileños.


Finalmente, decidí abrirlo después de beberme casi media botella, al fin y al cabo, no tenía más escapatoria.


Junto a la pistola, había un sobre. En el sobre había una carta y una foto. La foto era de un joven muchacho brasileño, muerto de un balazo en la sien dentro de un calabozo. La carta decía lo siguiente:


“Estimado amigo,
Durante diez años le dimos protección y por ello me debe un cierto favor. Usted no me conoce pero hizo muchos tratos con mis hombres y acabó en una de nuestras cárceles por hacer uno de esos tratos. En la redada en la que le detuvieron a usted, también cayó mi hijo. El que aparece en la foto es él. A pesar de mi poderosa influencia, no pude evitar que acabara en la cárcel. La foto es la misma que me mandaron a mi desde una banda rival para que supiera lo que le habían hecho ellos mismos. Las cuentas con aquella banda ya las saldé, pero ahora tengo que saldar una más. Tengo que saldar la cuenta con la persona que le traicionó a usted y a mi hijo y que hizo que acabaran ambos en la cárcel.
Y ahora llega su parte. Quiero que mate a esa persona. Me concederá ese favor, pero yo también le concedo a usted esta oportunidad.”



A estas palabras venían unidas un par de hojas más precisas con los detalles del plan que debía de cumplir. Aunque la persona que debía matar no era mencionada en ningún momento. Llegado el momento solo podría guiarme por la intuición, si me decidía a hacerlo.

 

 

Y aquí estoy, lanzado a ciento cincuenta kilómetros por hora, en el mismo punto de partida que mi relato. Con el mismo Mike Doherty gritándome desde mi selección de música para matar. Porque estaba preparado para matar y encontraba un sutil placer en la venganza.


A pesar de todo, de todos estos kilómetros recorridos, de este viaje tan largo, en ningún momento he pensado en darme la vuelta y desaparecer. En marcharme y de nuevo buscar nueva vida. No, solo he pensando en venganza. En este sacrificio que ha dejado de serlo y en que por primera vez soy libre.


Soy libre para matar a una persona, desconocida, pero que me prometen culpable máximo de mi destino y ahora soy yo el que puede decidir el suyo... puedo decidir si vive o si muere. Ahora tengo mi propia marioneta y puedo cortarle cada hilo para dejarle inerte y sin vida.

...cuando llegué a ese viejo puticlub de carretera, en medio de la nada, no me imagine que me llegaría a encontrar eso. Simplemente me estaban esperando, solo tenía que pagar las voluntades ya acordadas, con el dinero que me habían dado, y tendría mi víctima completamente a mi merced. Entré a la habitación donde se suponía que estaba mi víctima con una puta y me encontré al máximo Jefe de la Mafia Rusa en la Costa del Sol. A un hombre buscado en cientos de países, culpable de miles de muertes, extorsiones, asaltos, atracos o secuestros. Al hombre que había tomado la decisión de la traición.


La puta se levanto de encima de ese viejo gordo que apestaba a vodka y desnuda y con un grácil paseo se fue alejando hasta salir por la puerta por la que yo había entrado, tocando ligeramente con su mano en mi hombro al pasar, al tiempo que susurraba algo. Pero yo no la pude oír, llevaba mi iPod a todo volumen y Julian Casablancas me decía una y otra vez, al tiempo que descargaba todo el cargador...

...please don’t stop me now, if i’m going to fast...

 

Y ya no pude parar. Jamás.

 

 

Carlos.

5 comentarios

alholva -

Me gusta. Se sale de lo normal y está muy bien desarrollado.

Volveré por aquí.

Bito -

Hostia Carlos... me ha gustado muchísimo. Creo que es la primera vez que leo un relato largo tuyo, y la verdad me apeteceria que siguiera. Es casi como leerse una película.

luciernaga -

Imaginacion desbordante. Me gusta bien escrito

Mart-ini -

Dios!!!

(y no puedo decir más) Fuera de la mayoría de las historias... genial!

Gran Pitufo -

Me ha gustado mucho tu historia (y no es cortesía). Gracias por avisarme. Me gusta tu marioneta, un tipo duro.

Dan ganas de que continúe.