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Séptimo Cruce. Javier

Séptimo Cruce. Javier

Rosas. Las rosas no lloran, solo adornan. Adornan cuando quieres acostarte con tu novia, cuando San Valentín llega, incluso a veces la persona que quieres huele a rosas. Emma podía haber sido una rosa, probablemente lo habría sido, pero ahora se parecía mas a una de esas flores marchitas que ponen para acompañarlas en los jarrones.

Emma estaba absorta mirando un rosal, con una calmada serenidad. El rosal se encontraba al otro lado de la calle, había un pequeño jardín y lo habían plantado allí seguramente mucho tiempo atrás. Las ramas del rosal se encontraban prietas y enlazadas unas con otras formando coronas de espinas. Las flores eran pocas, en mayor medida porque la gente las arrancaba. Aún así despedían un olor fuerte que llegaba a la nariz de Emma mezclado con el olor antiséptico de la ambulancia y la mezcla de goma quemada del ambiente.

Johann se acerco a ella por su espalda y de nuevo la abrazó. Por detrás de él se fue acercando Alicia.

Alicia y Johann habían vuelto a reencontrarse cuando este había llegado detrás de la madre. Ella conservaba la pequeña bolsa marrón con las pinturas de Johann y se la alcanzó justo cuando el chico se encontraba a un metro. Él le dio las gracias, pero no se dijeron nada acerca del beso. Parecía tan lejano como Júpiter para entonces.

- Me llamo Alicia. Dijo ella, recordando que ni siquiera se habían dado los nombres.
- Yo soy Johann.
- ¿Cómo el futbolista?
- Si.

Pocas palabras les dio tiempo intercambiar. Los gritos y llantos de Emma les devolvieron de nuevo al lugar donde se encontraban. Vieron como la madre del niño se deshacía entre los brazos de uno de los policías. A pesar de todo, conservaban el deseo en la mirada y el deseo de conocerse más allá de todo aquel asunto que los rodeaba.

- Perdona, te tengo que dejar un momento.
- Está bien.

Johann ocupó prácticamente el papel de padre del chico o de pareja de la madre. Se preocupó de hablar con los policías y contarles lo que había visto, que desafortunadamente no sirvió para mucho. Durante largo rato conversó con el Sargento Rivera y le informó sobre el coche rojo que se había dado a la fuga.

También interrogó a Alicia y a la madre cuando estuvo más calmada. Marcos, el policía no podía creer que pudiera sucederle algo así a una madre soltera y con tantos problemas. Íntimamente y en el fondo de su cabeza, se prometió a si mismo que ayudaría a Emma a encontrar al bastardo que había cometido aquella atrocidad y además se había marchado para añadir más miseria a sus actos. Más tarde, esta misma promesa iría más allá de él mismo, para jurarle a la madre en otras circunstancias que ese cabrón no quedaría impune.

Cuando Johann la abrazó, Emma dejó de mirar aquellas flores rojas que la miraban como compadeciéndose de ella y se volvió.

- No vuelvas a abrazarme. Esto no borra lo que me hiciste.
- Emma, perdóname, se que me porté como un auténtico hijo de puta, pero ahora quiero apoyarte.
- No se que decir la verdad.-Y un par de lágrimas inundaron sus cuencas.
- No digas nada.- dijo, mientras que la mujer afirmaba con la cabeza y se apoyaba de nuevo en su hombro.

Alicia se incorporó a la conversación.

- Ho... Hola.- Dijo Alicia con timidez.- Siento mucho lo que le ha ocurrido a su hijo.
- Gracias.- le contestó entre sollozos.
- Emma, esta es Alicia, ella lo vio todo, estaba junto a mi cuando ocurrió.

Pero la mujer sentía un dolor tan grande que las palabras se le secaron. Y junto a sus palabras se le secaba la garganta, los ojos y la mente. No podía controlar la forma de parar de llorar, quería chillar de dolor pero le parecía vergonzoso perder de nuevo la compostura y dejarse llevar por los sentimientos. Llevaba tanto tiempo sin hacerle caso a sus sentimientos para ser fuerte que ahora se había convertido en una sombra pequeña de lo que ella misma se consideraba. En la palma de su mano, rojizas medialunas se marcaban por la presión de sus uñas. Tanto había luchado por criar a su hijo sola y ahora todo se marchaba a un limbo como un juego macabro, unos dados sombríos que alguien había lanzado para arrebatarle a su niño. A su Joan.

Marcos se fue acercando poco a poco a las tres figuras que a la sombra de la ambulancia se intentaban consolar. Mientras el Juez levantaba el cadáver del niño y los sanitarios recogían sus cosas esperando que alguien de la funeraria llegara para trasladarlo a algún lugar lúgubre.

- Perdone, necesitaría llamar por teléfono,... a algún familiar o a su trabajo...- Interrumpió el policía.
- Bueno, no tengo a casi nadie,... pero debería de llamar al tío de Joan.- Dijo Emma.
- Bien, entonces acompáñeme al coche.

Emma siguió al policía y este le informó que ya habían avisado a la funeraria y que le Juez ya casi había terminado. La montó en el coche patrulla y desde allí la invitó a que marcara.

Al otro lado de la línea, una voz ronca y con apariencia de estar recién levantada, a pesar de que ya comenzaba la noche, le contestó. A la voz se le trababan las palabras y correspondía con incoherencia a las frases de Emma. Era la típica voz de un yonki. Era la voz de Javier, el único hermano y ser querido, que tenía ella.

Continuará...

2 comentarios

Marta -

Ufff, cada vez más emocionante, los diálogos parecen reales, pero... el tío yonki? Joer, que imaginación la tuya ;)

Que me encanta, eh!!

Besos!

André Domingues -

Hola! me gusto mucho tu blog.
Conoce mi blog: soy portugués pero me gusta mucho España desde sus raices